Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Bueno, Amigo y las luces largas

Los dos últimos cardenales que ha tenido la sede episcopal de Sevilla han representado una Iglesia avanzada

El cardenal José María Bueno Monreal trajo a Sevilla los aires renovadores del Concilio Vaticano II y los aplicó a conciencia: la Iglesia de Sevilla rompió todos los moldes rancios e integristas que había impuesto el largo pontificado del ciclón que fue Pedro Segura, y se convirtió en ariete de la transformación social que anunciaba el fin de la dictadura. Los ejemplos se podrían citar a decenas, desde el protagonismo de los grupos de cristianos en el movimiento obrero -Comisiones Obreras le debe mucho en Sevilla a la Hermandad Obrera de Acción Católica- hasta la página laboral de El Correo de Andalucía, periódico entonces de la Iglesia, que escribía el cura Eduardo Chinarro. El Palacio Arzobispal se abrió en aquellos años del tardofranquismo a todo el que tuviera ansias de cambio y desde allí se impulsó el fenómeno de los curas obreros y jornaleros, con figuras irrepetibles a las que la historiografía de Sevilla no ha prestado todavía suficiente atención como Diamantino García Acosta, párroco de Los Corrales, que vivió como un jornalero más e impregnó de cristianismo progresista a una organización que tendría influencia durante la Transición en bastantes zonas de Andalucía, el Sindicato de Obreros del Campo.

Nadie como Carlos Amigo Vallejo para recoger el legado que había dejado en el viejo palacio de la Plaza de la Virgen de los Reyes Bueno Monreal. El fraile franciscano llegó en 1982, con los socialistas a punto de llegar al poder en Andalucía y en España y cuando su predecesor había sido apartado por una grave enfermedad. Comprendió desde el principio por dónde había que continuar la labor que estaba en marcha. España era ya una democracia consolidada y las recetas a aplicar tenían que ser necesariamente distintas. Con Amigo, Sevilla siguió siendo una isla de la Iglesia más progresista cuando la Conferencia Episcopal acometía un giro fuertemente conservador de la mano de Ángel Suquía, primero, y Antonio María Rouco después. Tuvo una interlocución siempre fluida con los principales dirigentes del PSOE y se atrevió con temas que hasta entonces había sido tabús en la ciudad como la naturaleza jurídica de las cofradías o la plena igualdad en ellas de las mujeres.

Que Sevilla, que pasa con ser una sociedad de inercias muy conservadoras y apegada a sus ritos, tuviera durante un periodo largo y transcendental de su historia reciente a dos personas de las características de Bueno y Amigo al frente de su Iglesia -los dos últimos cardenales que ha tenido la sede episcopal- seguro que no responde al azar. Demuestra cómo Roma, a pesar de lo que a veces pueda parecer, pone siempre las luces largas. Es lo que explica que la Iglesia haya cumplido ya los dos mil años.

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