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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Cacerías de ayer y hoy

Juan Carlos I ha sido el último rey cazador. Felipe VI tendrá que contentarse con el senderismo. Y Pedro Sánchez...

Al palacio de Río Frío se retiraba don Francisco de Asís para consolarse de las infidelidades conyugales de Isabel II, adelantada del poliamor en España. De aquello queda malvada memoria en las cuernas de los muchos cérvidos que adornan el que antaño fue uno de los pabellones de caza favoritos de los reyes de España. Hoy, cuando la armería real hace años que cría moho, los gamos se acercan sin miedo a los visitantes que llegan maravillados a ese gran palacio de un barroco italianizante que cae a plomo sobre una dehesa ibérica, sin los amaneramientos afrancesados del muy cercano Palacio de la Granja. Río Frío es hoy un museo un tanto polvoriento de la actividad cinegética, una especie de casa de los horrores para el vegano y el animalista, la habitación 101 de Greta Thunberg. Pero para los noveleros y amantes de las viejas historias es un buen lugar en el que evocar aquellas antiguas jornadas de caza mayor que durante siglos sirvieron no sólo de solaz de aristócratas y monarcas, sino también para iniciar a príncipes e infantes en las artes de la guerra y la gobernación. Por lo menos desde que los reyes asturianos acudían a Babia para teñir con la sangre del oso y el jabalí las aguas del río Luna.

Es sabido por todos que las monterías de Franco eran más importantes políticamente que algunos de sus consejos de ministros. En esto, como en tantas cosas, el dictador seguía una vieja tradición heredada de la monarquía hispánica. En una de estas jornadas cinegéticas fue cuando Fraga, vestido de tirolés, le llenó el culo de perdigones a doña Carmen Franco. Fue el momento en que el futuro del centroderecha español estuvo a punto de naufragar, pero el Caudillo se lo tomó a bien y consoló al inconsolable prohombre. El gallego era así. Todo ese mundo un tanto disparatado lo contó Luis García Berlanga en La escopeta nacional, película que hoy se ve más como una elegía que como un sainete.

Con la democracia, la caza fue progresivamente desapareciendo del mundo de la alta política para convertirse en una actividad privada y, a veces, vergonzante. Juan Carlos I -al que su pasión cinegética le puso en más de un apuro- ha sido el último rey cazador. Felipe VI tendrá que contentarse con el senderismo. Otros, como Pedro Sánchez, furtivo siempre acechante, prefieren una versión más refinada y metafórica de la caza. Pronto veremos la cabeza de Susana Díaz en las paredes de La Moncloa o, quién sabe, en el mismísimo Palacio de Río Frío.

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