La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Cachorro

La muerte no puede matarlo. Solo el Domingo de Resurrección podía celebrarse su besapiés

No es cuestión de nombrar las imágenes extraordinarias que afortunadamente atesora Sevilla. Atesora artísticamente, porque algunas están entre lo mejor que el arte cristiano ha producido. Atesora emocionalmente, porque gracias a las hermandades estas obras de arte se han fundido con las vidas cotidianas de muchas generaciones de sevillanos como una experiencia personal, íntima, familiar. Sobre todo, y estrechamente unido a lo anterior, atesora devocionalmente, porque son representaciones en las que los misterios más complejos de la fe se resuelven a través de la forma para hacerse asequibles a todos fundiendo experiencia estética y revelación religiosa, formación catequética y experiencia personal.

Trento, en la sesión de diciembre de 1563, lo intuyó en su decreto sobre las sagradas imágenes: "Se deben tener y conservar las imágenes de Cristo y de la Virgen… Y se les debe dar el correspondiente honor y veneración… Adoremos a Cristo por medio de las imágenes que besamos, y en cuya presencia nos descubrimos y arrodillamos". El efecto de Trento en las imágenes aún vivas en nuestra Semana Santa, vivificadas por el culto y la devoción, fue inmediato en la extraordinaria Sevilla de los siglos XVI y XVII: diez años después se esculpía el Cristo de Burgos y doce años después se modelaba el de la Expiración del Museo, abriendo el prodigioso arco que concluiría el Cachorro en 1682. Entre 1573 y esta fecha, el siglo prodigioso de la imaginería sevillana, se esculpieron las obras maestras de Montañés, Mesa, los dos Ocampo, Roldán y Gijón hoy vivas gracias a las hermandades. Después, eso que los románticos llamaban el genio o espíritu de los pueblos fue dándoles sus propios universos para que desplegaran del todo sus potencialidades.

Véase hoy, día tradicional de su besapiés, el caso del Cachorro, broche de oro de la gran imaginería sevillana. Gijón logró el imposible de aunar en una imagen la agonía -representada con un duro realismo infrecuente en Sevilla-, la resurrección y la ascensión. Agoniza como si naciera a la vida eterna. Se alza desesperadamente para no asfixiarse y a la vez asciende. La muerte no puede matarlo. Los clavos no pueden sujetarlo. Todo representado en una sola, portentosa, imagen. Por eso su hermandad supo intuir que no otro día que hoy, Domingo de Resurrección, debía celebrarse su besapiés. Si acaso, ese jueves de mayo que reluce más que el sol.

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