Darse una vueltecita por Cádiz de vez en cuando debería ser tarea de obligado cumplimiento y el viernes tuve la dicha de andar por su laberinto urbano. Al conjuro de la clausura del ciento cincuenta aniversario del Diario me tocó el premio de estar unas horas allí. De siempre, cuando enfilo la autopista voy ganando en ganas de vivir. Es como si el horizonte vital se hermosease de tal forma que el optimismo se viene arriba y las cosas se ven de otra manera. Una manera mejor, pero no todo es bueno. Así como la primera visión de Cádiz se asemeja a la de Nueva York, con el puerto repleto de grúas, que luego sea la capital del paro entristece. Es el punto negro de una ciudad única, que hay que ver el placer de adentrarse en el Mentidero desde el Parque Genovés hasta el Oratorio, San Antonio... Un avivamiento de los sentidos, Cádiz es de obligado cumplimiento.
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