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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Caen vencejos en el asfalto

La novela de Aramburu es una reflexión sobre el suicidio y la filosofía

Recibí un ejemplar de Patria media hora antes de entrevistar a su autor. Fernando Aramburu agradeció mi sinceridad y noté que subía su autoestima cuando le dije que aunque no había leído su particular Yo acuso contra ETA, su informe Sabato contra las bestias, sí era seguidor de las columnas que publicaba en El País sobre la Bundesliga. La semana pasada murió Uwe Seeler, uno de los grandes del fútbol alemán, estrella del Hamburgo y capitán de su selección en las semifinales contra Italia en el último Mundial de Pelé (México 70). Uno de los partidos más épicos que recuerdo. Ahora no voy a entrevistar a Aramburu, pero tengo leídas las 698 páginas de Los vencejos, su última novela.

El protagonista es un profesor de instituto que imparte clases de Filosofía, disciplina en vías de extinción. Se inventa nombres de intelectuales con apellidos de deportistas: el filósofo Pantani o el antropólogo Uwe Seeler. Los vencejos es una novela sobre el suicidio y ahí lo dejo. Están cayendo muchos vencejos este verano en el asfalto de las ciudades como consecuencia del calor. Después de casi 700 páginas, no sé si realmente ha valido la pena. Imagino que sí. Una novela de este porte es convalidable por un viaje. Muy sórdida en algunas fases, sale airoso con una herramienta que le redime: un sentido del humor muy particular.

La novela es una cuenta atrás, un diario en la España inmediatamente anterior a la llegada de Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno. Setecientas páginas que el autor resuelve con un módico atrezzo narrativo: un amigo tullido, un perro moribundo, una muñeca hinchable, un suegro facha, una suegra beata, un hijo okupa y una amiga poco agraciada que luce una gabardina de Colombo. Lo demás son vencejos, algún que otro viaje, tumbas de Cantinflas y Cernuda, versos de Bécquer, un Atleti-Numancia y un guiño a los lectores de Schopenhauer, que rima con Beckenbauer pero no jugó ninguna semifinal.

En el globo de la vida, el protagonista de esta historia va soltando lastre. El lastre de sus libros: una novela de Saramago, las obras completas de Goethe traducidas por Cansinos-Asséns, un libro de Vila-Matas (competidor en tantas ferias del libro de Aramburu), y una donación para la biblioteca municipal de Cebolla, desahuciada por unas inundaciones, un pueblo de la provincia Toledo donde juega un equipo de fútbol llamado Torpedo 66. Como el Torpedo Müller, aquel goleador que jugó y perdió esa semifinal contra Italia junto a Beckenbauer y Uwe Seeler.

Terminé de leer Los vencejos hace un mes. La mujer lo deja, lo cambia por otra mujer, y él se queda como un anacoreta con su perra y su muñeca hinchable, homenaje a Berlanga. Le queda su amigo, un verdadero descubrimiento literario, ente Torrente, Abascal y Harvey Keitel. Y unos anónimos en el buzón de una ciudad deshabitada, como el poema de Dámaso Alonso. La amiga fea, que en realidad es la chica de Dos hombres y un destino, le ha puesto a su perro el nombre de su amigo. El profesor de Filosofía, esa disciplina que todos los gobiernos quieren suicidar en los planes de estudios sin leer a Durkheim.

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