¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Calle de la Mar

El callejero de Sevilla se ha ido poblando de prohombres de los que ya nadie recuerda nada

Tomás García Rodríguez, doctor en Biología con cátedra en Casa Moreno, sostiene que, tarde o temprano, por arte del cambio climático, el Atlántico volverá a inundar Doñana y llegará a las puertas de Sevilla. Quizás será el momento de que la rúa García de Vinuesa -llamada así en honor al alcalde romántico que murió luchando contra una epidemia de cólera- retome el nombre que llevó entre el siglo XIII y 1866: calle de la Mar. ¿Cómo se pudo perder tan hermosa toponimia? ¿No había mejor manera de homenajear al heroico regidor? Sevilla ha sido una ciudad muy descuidada con su callejero y sólo hay que ojear ese antiguo testamento hispalense que es la Noticia histórica del origen de los nombres de las calles, etc..., de González de León, para saber hasta qué punto nuestro nomenclátor ha perdido muchos de sus nombres más evocadores para convertirse en un gris listado de prohombres de los que ya nadie recuerda nada o de imágenes titulares de las hermandades. ¿Sería posible recuperarlos como se recuperaron las vías pecuarias del Aljarafe? He ahí un apasionante debate de barra. Y si es regado con un sherry digno de Falstaff, mucho mejor.

Según González de León, esta calle, construida sobre un brazo muerto del Guadalquivir, debía su nombre a que "en ella estableció san Fernando la gente de la mar, dando en ella habitación a los que vinieron en la armada a la conquista de esta ciudad". Más allá de estas razones, fue la vía natural de comunicación entre las gradas de la Catedral -el gran mercado globalizado de la ciudad bajomedieval y moderna- y el puerto en que descansaban los barcos que luego partirían hacia el Mediterráneo, Canarias, Guinea, Inglaterra, Flandes, las Indias occidentales y orientales… No en vano, nuestros abuelos genoveses, más sagaces en los manejos del comercio que los mismísimos fenicios, situaron allí su lonja. En esta calle, donde Morales aún vende sus mollates, se levantaron barricadas durante la revuelta Cantonal y el general Queipo de Llano -aún noticia por la ubicación de sus huesos- hizo noche, en el coqueto y aún superviviente Hotel Simón, antes de sublevar la guarnición de Sevilla el 18 de julio de 1936. Pero, sobre todo, nos gusta porque es el cordón umbilical que une a la ciudad con su vocación navegante, de la que ya apenas quedan los barcos chatarreros y de graneles agrícolas y turísticos. Aún así, en los viejos buques mercantes que maniobran en el Batán, con sus proas oxidadas y sus tripulaciones reclutadas entre lo mejorcito de cada casa, sigue habitando el espíritu de cuando Sevilla fue un punto importante en el gran portulano del mundo. Algún día, decíamos, si se cumple la profecía medioambiental del doctor García Rodríguez, puede que esta vía recupere no sólo su antiguo nombre, sino también su sentido histórico, el que nos une a las rutas del ancho mar.

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