Azul Klein

Charo Ramos

chramos@grupojoly.com

Cambio de armarios

La ropa que no llegamos a estrenar la pasada primavera nos recuerda lo lejos que estamos de la normalidad

Con la llegada de las primeras lluvias y la caída de las temperaturas, comienza en Sevilla el ritual de cambiar la ropa de los armarios. Apenas hace una semana que se estaban retirando los toldos de las calles comerciales del centro, colocados tardíamente este verano, y ya toca sacar los abrigos, sustituir los alegres vestidos y buscar mangas largas, calcetines, paraguas y hasta botas de agua. Es el frenesí de todos los años conforme se acercan noviembre y el Puente de Todos los Santos pero, a qué dudarlo, este otoño nada es igual. Todavía cuelgan con sus etiquetas por estrenar aquellas prendas que compramos o nos regalaron por Navidad y que íbamos a lucir en primavera, en las fiestas de la ciudad o en alguna cita largo tiempo soñada que nunca llegó a materializarse. Las más feriantas hallarán entre gabardinas y abrigos los portatrajes de flamenca, que son las prendas que demandan más espacio en el armario y se llevan en Andalucía las mayores inversiones, ilusiones y esfuerzos textiles. La ropa de entretiempo, la que debíamos vestir cuando llegó el confinamiento, fue la silenciosa damnificada en los vestidores y tiendas por el estado de alarma. Y ahora que tenemos que volver a sacarla nos recuerda las horas alegres y bulliciosas que nos robó la pandemia, los atardeceres que no pudimos admirar, los viajes que no hicimos, la crudeza de una normalidad que siempre será extraña y temible. Estas prendas de otoño que no llegamos a estrenar, intacto todavía su apresto y suave su lana, viscosa, algodón o seda, nos avisan de que tampoco es seguro que la próxima primavera podamos echarnos a las calles y hasta nos alertan del riesgo de volver a entregarnos sin pudor al pijama y la bata, antesalas de esos kilos de más que tanto costó perder cuando llegó el verano.

En este otoño distópico, en el que hasta para honrar a nuestros difuntos y llevar flores al cementerio hay que coger cita previa y asegurarse una hora sin demasiada afluencia, el mero hecho de cambiar los armarios conlleva una humilde reflexión sobre el coste psicológico de todo esto que estamos viviendo. Mientras en las tiendas deportivas se agotan las sudaderas, en las de ropa elegante la clientela entra con muchas reservas y cavilaciones. Hasta las influencers parisinas confiesan en sus redes sociales que les está costando encontrar inspiración sobre cómo vestir cuando se avecina el toque de queda. Una amiga que me telefonea para ponerme al día de sus cuitas lo explica con más viveza y mejor: "Estoy deseando que me saquen del Erte y volver a trabajar. Con lo que me pagan no me alcanza. Y oye, hay que ver la ilusión que nos hacía estrenar".

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