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la tribuna

Alberto Priego

Cambio en la (cultura) política rusa

ESPÍAS, conspiraciones, traiciones... Ninguno de los argumentos esgrimidos por Vladimir Putin permite dar una explicación coherente a los acontecimientos que se vienen sucediendo en Rusia desde el pasado diciembre. Lo que está ocurriendo en Rusia es un cambio de cultura política dejando atrás esa cultura política de siervo para acercarse a otra denominada cívica, donde los ciudadanos son más exigentes con sus gobiernos y, por ello, les piden responsabilidades.

Sin embargo, cabe preguntarnos qué ha ocurrido para que se dé este cambio y por qué precisamente ahora. La respuesta es relativamente sencilla y puede resumirse en la siguiente afirmación: el incremento del nivel de vida de la población rusa ha generado una clase media que ya no se conforma con tener más dinero en el bolsillo. Ahora, además de ser consumidores, quieren ser ciudadanos.

Desde hace años, Rusia crece con coeficientes de dos dígitos y, aunque su economía se basa casi de forma exclusiva en los hidrocarburos, Putin ha podido desarrollar un estado paternalista-populista que proporciona subsidios y servicios a los rusos. Así, el incremento del poder adquisitivo ha creado una gran clase media que comienza a tener contactos en el exterior gracias al turismo, a internet o a las universidades extranjeras en las que han estudiado ellos o sus hijos. Por ello, esta nueva clase media, que se identifica con una cultura política cívica y que según algunos autores llegaría hasta el 65% de la población, demanda el paso de una iliberal democracy a una liberal democracy. Cuando estas peticiones no son oídas los ciudadanos buscan otros canales como son las revueltas en las calles, donde se ha formado una oposición inclusiva a la par que heterogénea en la que caben tanto liberales como comunistas.

Frente a estas peticiones de la incipiente sociedad civil rusa, ¿cuál ha sido respuesta de Putin? En primer lugar, y de forma más inmediata, se ha promovido la represión contra la oposición y se ha favorecido el fraude electoral. En palabras de la OSCE, ha habido irregularidades tanto en la campaña electoral como en el propio escrutinio. En buena medida, la oposición ha culpado de este fraude al presidente de la Comisión Electoral, Vladimir Churov, más conocido como El mago. Las primeras manifestaciones han sido contestadas con numerosas detenciones, tanto en Moscú como en San Petersburgo, lo que a corto-medio plazo provocará un empeoramiento de la situación.

En segundo lugar, se ha recurrido al recurso del enemigo exterior centrado casi de forma exclusiva en la figura de Hilary Clinton, quien se ha convertido en "la gran conspiradora". De hecho, la condena internacional ha sido unánime, salvo algunos reductos no democráticos como Chávez o Al-Assad, que se niegan a ver la realidad. La postura de la UE y de EEUU es clave para el futuro de Rusia, ya que sin su apoyo ni Putin ni ningún otro podría sobrevivir, pues es Occidente quien compra su energía.

Al igual que ocurre con el escudo de Rusia, Putin tiene dos opciones. La primera es mirar a Asia, apoyándose en regímenes no democráticos como Siria, China, Irán etc... a riesgo de que su población acabe por derrocarlo al igual que ha ocurrido con Gadafi, Mubarak o Ben Alí. En todos estos casos, vemos que estos regímenes basan su legitimidad en los resultados económicos, lo que, a largo plazo, implica liberalización económica y por ello, e irremediablemente, liberalización política.

La segunda opción es continuar por el camino reformista de Medvedev y poner los ojos en Europa y en la democratización. Esta vía, que es más estable de cara al futuro, pasaría probablemente por su renuncia, algo que, de momento, resulta muy improbable. Por su parte, Medvedev ha optado por dejar su sello antes de marcharse y revisar las condenas de dos iconos de la oposición: Mijail Jodorkovsky y Platon Lebedev.

Ahora sólo queda ver cómo evoluciona la situación. Putin se encuentra en una posición a la que llegan aquellos que no respetan la democracia. La población ha elevado una serie de demandas que han sido desoídas y por lo tanto desconfía del nuevo presidente electo. Su lema es claro: "Rusia sin Putin". Si acepta sus demandas -al menos aquellas que no implican su cese-, la población aprenderá que si presiona obtiene respuesta. Por el contrario, como parece, si opta por la vía represiva para frenar las protestas, las demandas de la población se irán radicalizando hasta, probablemente, hacer insostenible la situación.

Todo esto podría haberse evitado si Putin se hubiera percatado de que ha habido un cambio en la (cultura) política rusa.

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