Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Campanas

El camino para la ampliación del Metro es caro y complicado, pero por lo menos el bloqueo ha quedado roto

Vivir en Sevilla enseña, entre otras muchas cosas, que echar al vuelo las campanas de la Giralda es una medida que hay que administrar con extraordinaria prudencia. La historia de nuestra ciudad es la de las oportunidades perdidas y la de los grandes anuncios que nunca se convirtieron en realidad. Por lo tanto, conviene tomarse las cosas con calma, relativizar las expectativas y hacer de cada día un ejercicio de realismo.

Aunque de vez en cuando hay que hacer alguna excepción: esta semana la ciudad ha recibido una buena noticia que, por lo menos, merece un repique en el campanario de la Catedral. El primer paso para que Sevilla pueda volver a soñar con una red de Metro se ha dado. No deja de ser un sueño. Pero una necesidad perentoria en un área metropolitana de un millón y medio de almas castigada sin piedad por las administraciones ha dejado de ser un argumento para la peleíta política y parece que Junta, Ministerio de Fomento y Ayuntamiento se lo toman en serio. ¿Quiere decir ello que la vía para que el Metro llegue del Prado a Pino Montano y más allá está expedita? Ni mucho menos. Queda por delante un camino caro y lleno de dificultades que a saber cómo se andará. Sin embargo, lo importante es que el bloqueo persistente e incomprensible ha sido roto.

El logro se debe, sobre todo, a la firme voluntad y buena gestión del alcalde de Sevilla. Cuando un político lo hace bien conviene resaltarlo con la misma intensidad que se hace cuando lo hace mal. Si la primera y parcial ampliación del Metro de Sevilla está en vías de conseguirse ha sido porque Juan Espadas ha sabido, a base de paciencia y de argumentos incontestables, vencer el diálogo de sordos que mantenían los gobiernos de Madrid y Sevilla y aunar voluntades. Eso se llama propiciar el diálogo y es, quizás, una de las labores más importantes que debe realizar un alcalde. Espadas es, de la nómina de los últimos ocupantes del despacho principal de la Plaza Nueva, el que mejor está entendiendo su papel de tendedor de puentes para hacer que la ciudad funcione. El del Metro es el ejemplo por ahora más resonante, pero sólo unos días antes hacía lo propio con Altadis, otro ejemplo de la incuria que caracteriza a una Sevilla capaz de eternizar problemas y de mirar hacia otro lado como si nada pasara.

No sabemos, y tardaremos en saber, cuándo va a circular el primer tren entre el Prado y Pino Montano. Pero, por lo menos, tenemos la esperanza de que algún día lo hará. Eso, para las escalas que manejamos en Sevilla, no es poca cosa y a esa esperanza nos agarramos.

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