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TODO no va a ser liderar las estadísticas de consumo de cocaína o colarnos imparables en la parte alta de las tablas del fracaso escolar. También somos, los españoles, campeones mundiales del rumor. Esto resultaba difícil de demostrar por la elasticidad de la materia de que se trata: no era posible llevar la cuenta de los rumores que produce una nación.

Hasta que llegó internet y todo cambió. Un Observatorio que estudia, vigila y analiza la red ha llegado a la conclusión de que el 70% de los rumores que circulan por ella tienen su origen en España y que su mecanismo de propagación más habitual es el correo electrónico. Y eso que tenemos infinitamente menos internautas que China o Estados Unidos. No importa. A adictos a la rumorología no nos gana nadie.

El propio director del Observatorio susodicho atribuye esta gran cosecha de rumores a que el ciberespacio español dispone de una fuerte estructura de bitácoras y foros en los que se cuecen todo tipo de informaciones no confirmadas, chismorreos, infundios, habladurías, injurias y calumnias sobre personas públicas o privadas. El acceso a internet, no como espectador pasivo, sino como activista y agente de la causa más insospechada, está al alcance de todo tipo de individuos: eso es lo que hace a la red maravillosa y revolucionaria, y lo que la hace problemática y a veces terrible. Es una fuente inagotable de conocimiento y comunicación, a la vez que una fuente agotadora de manipulación y mentira. Consigue que el mundo sea una aldea global y saca a la luz algunos de los peores vicios de la aldea: la insidia, el fanatismo, la intromisión en el honor ajeno, la mala baba, la envidia y el rencor.

Pero si el rumor prende y se multiplica no puede deberse sólo a la pertinacia de quien lo inventa y lo lanza. Si triunfa es porque los receptores lo hacen suyo y se convierten a la vez en difusores, como en una cadena de murmuraciones inacabables. Lo paladean y lo comparten sin muchos escrúpulos, y eso ya sugiere alguna forma de patología social. Posiblemente el rumor en la red, como la televisión basura, activa la frustración y el resentimiento de mucha gente, que puede así compensar la vaciedad de su propia vida hurgando en la vida de otros, normalmente más ricos, famosos o importantes. Una venganza mezquina y patética que suele decir más del rumorero que de su víctima.

De siempre muchas famas han sido destrozadas y muchos buenos nombres enlodados por los lanzadores de chismes, pero antes lo eran a pequeña escala y sin apenas superar una dimensión doméstica y provinciana. Ahora, con internet, un desconocido a miles de kilómetros te puede hundir sólo por capricho. Y porque otros miles repiquen su bulo por todo el mundo.

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