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La tribuna

Rafael Valencia

Campo de libertad

DEBERÍAMOS dar una prueba de madurez para que la sucesión de Burguiba se desarrollara de manera correcta. Con la Constitución, tal y como está, la continuidad es artificial y el riesgo de un rechazo popular no resulta descartable. Túnez ha cambiado, es necesario un lenguaje nuevo. El pueblo respeta a Burguiba pero no respetará de la misma manera a una persona a la que no haya elegido. La verdadera continuidad estará asegurada si la obra de Burguiba la sigue, democráticamente, un presidente electo".

Estas palabras tienen ya veinticinco años. Fueron dichas, en el momento del divorcio, por Wasila b. Ammar, la segunda mujer de Habib Burguiba, el dirigente de la independencia tunecina y presidente del país (1957-1986) hasta que lo derrocó su antiguo ministro del Interior y luego primer ministro, Zayn al-Abidín Ben Ali, al que una revuelta popular expulsó del país a mitad de enero.

El escenario de la revuelta pudo sorprender a muchos. Se trataba de un país aparentemente estable y próspero, con una población no exagerada y un desarrollo que, basado principalmente en el turismo, había dado a los tunecinos un cierto marco de libertades y un bienestar. Por más que el sistema aparentemente democrático del presidente Ben Ali tuviera muchas restricciones. Pero los años de bonanza económica dieron paso a la crisis de 2008 y, a pesar de los informes positivos del Fondo Monetario Internacional, la mayoría de la población de Túnez la sintió en sus propias carnes con bastante más intensidad que podemos experimentarla en Europa. Mientras, los años de bonanza habían beneficiado exclusivamente a las minorías dirigentes, especialmente a las políticas. Supuestamente ellas estaban sujetando al gran peligro del Mediterráneo: los fundamentalistas de bandera musulmana.

Y de pronto las personas que se manifestaban por la Avenida Habib Burguiba, como las que semanas más tarde lo harían en el Maidán at-tahrir del Cairo, eran jóvenes, profesionales y sindicalistas que pedían un país viable. Que se colocaban frente a los responsables de una cleptocracia, que les presentaban como democracia con las bendiciones del exterior. Les estaban robando no sólo las riquezas del país sino su futuro. Los que salían entonces a la calle no eran fundamentalistas al uso sino personas parecidas a las que habían protagonizado cambios en Europa el siglo pasado: París 1968, Lisboa 1974 o Madrid 1976. Los árabes no eran tan diferentes como nos los habían pintado.

Porque además el ejército de estos países se comportaba no como servidores ciegos del poder político, sino como parte de la población del país. Ese país al que los propios dirigentes o los parámetros de un llamado nuevo orden internacional le habían dibujado un escenario del que quedaban excluidos. O al menos ellos lo sentían de esta manera.

Nadie puede predecir lo que va a suceder con las sociedades del Norte de África o de Oriente Medio. Pero en cualquier caso, y por referencia al pasado, consideramos que hay un amplio margen para la esperanza. Los ejércitos árabes, desde el momento de la aún no muy lejana independencia, han mostrado que pueden actuar como si fueran portugueses. Lejos de los parámetros de la Plaza de Tiananmen de 1989. Es el momento de que sus políticos se parezcan a los que hicieron la Transición española. El material humano y la formación que tienen sus poblaciones les hacen "estar preparadas para el cambio". Se trata ni más ni menos de intentar construir un futuro viable. Las líneas están trazadas desde la Ilustración europea del XVIII y las democracias establecidas en nuestro entorno casi dos siglos después. Por no hacer mención a la herencia árabe, desde los pensadores medievales a los presupuestos de los nacionalistas del XIX o los padres de los procesos de independencia del siglo pasado.

Resulta inútil intentar borrar "Egipto" o "Túnez" de los buscadores de la red. O cortar las comunicaciones hacia la Plaza de la Liberación de El Cairo o el centro de Túnez. O expulsar a las cámaras de la televisión Al Jazeera. Lo que está apareciendo es un campo de libertad, un maidán at-tahrir. Desde la franja norte del Mediterráneo somos los primeros interesados en que lo consigan. Por nuestra propia seguridad. Para el resto de África o de Asia sería convertirlos en la próxima etapa de la marea ilustrada europea. No se trata de acabar con la economía o el orden internacional para dar lugar a la pobreza o el desorden. Sólo de cambiar de modelo. En lo político, lo económico y en las relaciones internacionales. Pensando en el futuro y no en mañana por la mañana.

La palabra maidán, "campo" o "plaza" en árabe, tiene un sonido similar a madani, "civil" o "ciudadano". El término con que pensadores como el cordobés Averroes, en el siglo XII, el tunecino de origen andaluz Ibn Jaldún del XIV o Ali as-Sistani, el imán actual de la ciudad iraquí de Neyef se refieren a la antigua polis griega. Ninguno de ellos mezcla el término con la necesidad de un régimen teocrático sino con un sistema político adecuado. Lo demás es agitar fantasmas. La fórmula está ya escrita desde los consejos que un gobernante árabe daba en el siglo IX: "No toleres la corrupción. Nunca desprecies a nadie. No incumplas lo prometido. No mates jamás la esperanza. No dejes de luchar por el futuro. No aceptes nada de nadie excepto la lealtad, la sinceridad y la fidelidad a la máxima autoridad del Estado".

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