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Alejandro V. García

Campo de minas

LO expresaré mediante un tropo literario. El discurso de investidura de Mariano Rajoy se me antoja como un extenso campo de minas. Ante nuestros ojos se ofrece como un espacio abierto. El aire corre aromático, los pájaros vuelan confiados. Todo está limpio, sospechosamente limpio. En la superficie no crece un solo signo de amenaza. Lo único chocante es su perfección. Su perfección en un mundo tan imperfecto y lleno de trampas. Sin embargo, tenemos el presentimiento de que está poblado de potentes explosivos, de que es un campo de minas. No sabemos si cada dos, cinco o cincuenta metros, pero bajo la tierra blanda e inocente hay bombas preparadas para estallar con forme avancemos.

Veinte años, dijo, durará la excursión por ese páramo. Para hacernos idea de qué significan 20 años cada cual debe sumar dos décadas a su edad y así comprobará cuál es la auténtica vocación del programa político que va a emprender Rajoy. Veinte años, descontadas las reducciones por buen comportamiento o por trabajos manuales, son casi una cadena perpetua.

Rajoy se limitó a describir la superficie, pero eludió cualquier referencia a las descargas. Dijo que habrá cambios en los convenios colectivos pero no explicó qué significará para los empleados; que habrá un plan de reinserción laboral juvenil pero calló si los salarios estarán siquiera al nivel de salario mínimo; de una cartera de servicio básicos sanitarios, pero no dijo cuáles se quedarán fuera; de un bachillerato de tres años, aunque evitó decir si debajo se oculta el asalto a la enseñanza pública; de la reforma de las televisiones públicas pero no aludió a cuántas ni al montante de la privatización; habló de la reforma energética pero no quiso referirse al incremento de la energía nuclear desmintiendo en este caso la política de Merkel; habló de la reforma inminente del Tribunal Constitucional pero no entró en cómo se hará para garantizar que los partidos no dominen ideológicamente las sentencias o que la Fiscalía sea (como ha sido hasta ahora) un brazo ejecutor del Gobierno de turno; habló Rajoy, en fin, de la eliminación de organismos y agencias públicas y del plan de austeridad pero calló a qué triste expresión quedará reducido el patrimonio público y a qué simpleza la intervención del Estado. Además no habrá puentes festivos ni, me temo, jubilados, pues si a los 45 años de cotización necesarios se suma el retraso hasta los 30 años de la incorporación al mercado de laboral la suma equivale a una vida longeva.

Qué quedará dentro de 20 años después de cruzar el páramo: "A la salida de la crisis no habitaremos el mismo planeta que hemos conocido. Habrán cambiado las reglas, habrán cambiado las condiciones de vida, habrá cambiado el peso relativo de los países y su cotización internacional". No es Orwell es Rajoy, ayer, en el discurso de investidura.

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