Un día en la vida

manuel Barea /

Canalla

HUBO un tiempo en que nos llamaban la canalla. Según quién, y cómo, dónde, cuándo y por qué lo dijera, podía considerarse un término tan cargado de cariño como de desprecio, de indulgencia como de admiración, de envidia como de compasión. Alguno quería ser uno de los nuestros y se arrimaba, otros preferían alejarse. El concepto no tenía nada que ver con la maldad, sólo describía la vida que llevábamos entonces: nocturna, etílica y narcótica. El periodismo no se hacía en los salones sino en las cocinas, preferíamos las chachas a las señoras. No frecuentábamos gastrobares porque no había -si los hubiera habido habríamos entrado sólo a dar la murga- y trasnochábamos acodados en la barra de tugurios al lado de policías, prostitutas, barrenderos, travestis, yonquis y dipsómanos de provincia: un ambiente canallesco.

Me he acordado de lo de canalla viendo las imágenes de la reportera húngara Petra László, que cámara en ristre graba las imágenes de la desbandada en la frontera de su país con Serbia mientras zancadillea a los refugiados. Tiene éxito con un hombre con un niño en los brazos, ambos caen al suelo, y falla con una niña, que sortea la patada. Veo la escena una y otra vez, clavado ante el ordenador. No dejo de mirar. Pero a la cuarta o quinta me da por pensar que la mujer tiene un mal día: ha recibido esa misma mañana una noticia fatal -que a su padre le quedan semanas de vida, o que su novio la ha dejado por otra, o que el médico le ha dicho que nunca será madre- y la está pagando, furiosa y desquiciada y desbordada por la barahúnda, con los más débiles, como hemos hecho casi todos alguna que otra vez. ¿Pues qué sé yo de esa periodista? ¿Por qué le ha dado por cocear a los desterrados mientras graba y es grabada por otros cámaras en medio del tumulto? ¿De verdad es tan ruin, tan despreciable? Esta mujer, sus patadas... ¿Cómo puede hacer eso? Apenas hace una semana de lo del niño ahogado en la orilla de la playa... No sé.

Pero me aclaro al llegar a la Redacción: leo en un teletipo que la reportera reconoce su acción, no da explicaciones y no pide perdón. El canal para el que trabajaba está conchabado con el partido de extrema derecha húngaro, Jobbik. Sí, me digo, László es una canalla en su peor acepción: una persona ruin y despreciable de muy mal proceder. Y vuelvo a ver el vídeo. Varias veces. Y recuerdo lo que escribió Céline: "La gran derrota, en todo, es olvidar, y sobre todo lo que te ha matado, y diñarla sin comprender hasta qué punto son hijoputas los hombres".

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