El poliedro

Canteraintelectual

Los problemas en formación de los niños tienen mucho más que ver con la familia que con los profesores

WILFREDO Pareto, economista italiano del siglo XIX, constató un hecho que la evolución de nuestras sociedades no ha conseguido equilibrar: el 20 por ciento de las personas ostentaba el 80 por ciento de la riqueza y los bienes, y viceversa. Este principio se ha aplicado a diversas disciplinas, con el objetivo de ver las cosas bajo el preciado -por escaso- prisma del sentido común. Por ejemplo, para poner de relieve que un pequeño ramillete de causas provoca gran mayoría de los problemas en casi cualquier asunto que analicemos. O que unos pocos productos de una gama producen la mayor parte de las ventas. O que uno de sus tres hijos concentra sus preocupaciones y requiere la mayor parte del tiempo, apoyo y firmeza. O que dos de los diez bebés de la guardería dan toda la guerra a la cuidadora. O que, hablando de niños, son por lo general los jóvenes maleducados en su casa los que desmontan cualquier estrategia educativa en el colegio. (A pesar de los pesares y los variopintos rankings de la educación, creo en la mayoría (¿?) silenciosa de alumnos que sí es receptiva, ha recibido buena leche y tiene padres atentos a la jugada).

Es más que posible que en los estudios hayamos orillado el esfuerzo, el sacrificio y el mérito con respecto a tiempos más espartanos, ya pasados y, a nuestro parecer, mejores. Pero esto no es más que un trasunto y una consecuencia inmediata de una patología social y familiar previa. No podemos culpar del cate general a los profesores de colegios e institutos, o no principalmente. Me atrevo a decir que ni siquiera a la ley. ¿Deben ser educadores los profesores, o bien practicar ciertas actitudes y conductas de referencia (decir modélicas me da grima), y enseñar bien lo que deben enseñar? Es decir, ¿debe un maestro deshacer los entuertos que generan unos padres poco cariñosos o poco firmes o poco dedicados o malas personas o histéricos o perezosos o, directamente, irresponsables? Sin duda, no: es pedir demasiado a quien cobra demasiado poco. Esto último lo digo con toda la intención: nuestros maestros de infantil y primaria y muchos de secundaria cobran en términos reales mucho menos que sus referentes europeos, lo que nos sacan ventaja en el informe de marras. No sé si una cosa lleva en parte a la otra, pero la consideración de los docentes no universitarios no es la que debiera ser, ni es la misma que antaño. Es un lugar común criticar sus vacaciones y sus bajas fraudulentas (aquí de nuevo funciona la Regla de Pareto: unos pocos espabilados manchan la reputación de un colectivo tan digno como el que más). Es injusto y miope.

Tengo la certeza de que, en ciertos institutos andaluces, algunos inspectores han dicho a las claras que hay que elevar el numero de aprobados para vestir mejor al muñeco de nuestro sistema de enseñanza (complementariamente, más de un centro privado pasa la mano para atraer clientes, crear una clientela de determinado nivel social y, de paso, alardear de calidad). Forzar el dato sin intervenir decididamente en el problema -por ejemplo, empeorando sin complejos los propios datos de suspensos y repetidores a corto plazo-... ése sí es un fraude.

En la campeona Finlandia, al maestro se lo tiene en la más alta consideración social. Los que eran generosos y humildes maestros tenían ese halo de respetabilidad que da el compromiso con el saber y -por qué no- con el país y sus personas, al estilo de Fernán Gómez en La lengua de las mariposas, o de Robin Williams en El club de los poetas muertos, o al del entrañable héroe perdedor Charles Shaughnessy, un Robert Mitchum maduro en el gaélico y ocupado Oeste de Irlanda de La hija de Ryan. Quizás este hombre corriente y decente sí debía suplir las incapacidades de unos padres sumidos en la escasez, la inclemencia y la ignorancia. Los padres de hoy no tenemos esa coartada.

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