EL primer cara a cara entre Zapatero y Rajoy registró una audiencia de partido Madrid-Barça de cuando Álvarez Cascos declaró el fútbol de interés general. Trece millones de televidentes son muchas personas delante del televisor para presenciar un debate que no se celebraba desde 1993. Los candidatos dibujaron dos Españas bien diferentes: el socialista defendió el sorpasso a Italia logrado en esta legislatura, y el popular subrayó el colosal fracaso cosechado por ZP en todos y cada uno de los asuntos que se ha traído entre manos. Una vez concluido, los sondeos dieron la victoria al actual presidente del Gobierno por un escaso margen, que dejó más que satisfecho a Rajoy. Todo perfecto. Lo importante, en definitiva, era que la democracia recuperaba los cara a cara como un signo de madurez democrática, como un derecho ciudadano hurtado por el PP de José María Aznar en 1996, cuando no le convino debatir con Felipe González al saberse ganador de las elecciones. Pero ahora resulta que Zapatero y Rajoy manipularon y tergiversaron datos y cifras a lo largo y ancho del debate. El candidato socialista se mostró muy poco riguroso con las emisiones de CO₂ y la vivienda, y el candidato popular cuadró como más le convino las cuentas de las becas, la delincuencia, el número de guardias civiles y policías, la vivienda, la Ley de Dependencia y los permisos de residencia de extranjeros. Comparativamente, Rajoy ganó de calle el "vamos a contar mentiras" en que, por lo visto, se convirtió esta recuperada confrontación electoral. A mí me da que en el segundo cara a cara, los índices de audiencia van a caer estrepitosamente, por considerar los equipos de campaña del PSOE y el PP que los españoles no estamos aún maduros para conocer la verdad, toda la verdad. O, a lo mejor, es cuestión de ser positivos y destacar sólo que, en una legislatura plagada de desencuentros, Zapatero y Rajoy se pusieron, por fin, de acuerdo en que el de enfrente tiene cara de Pinocho.