Azul Klein

Charo Ramos

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Caravaggio

De su primera estancia en Nápoles bajo la influencia española procede el último gran hallazgo artístico

Urgidos por la experiencia pandémica, todos parecemos habernos puesto de acuerdo en la importancia de pensar qué asignaturas pendientes querríamos resolver antes de dejar esta vida que, como ilustró Valdés Leal, se va en un abrir y cerrar de ojos. Uno de mis sueños durante años fue conocer las obras finales de Caravaggio que permanecen en Nápoles, Sicilia y Malta, y logré cumplirlo poco antes del confinamiento, así que vuelvo a ello ahora que los vuelos regresan. Michelangelo Merisi da Caravaggio (Milán, 1571-Porto Ercole, 1610) residió en Nápoles, entonces bajo la influencia de la corona española, 18 meses divididos en dos estancias, y allí realizó numerosos encargos aunque la ciudad del Vesubio solo conserva tres obras suyas. De la primera época (1606-1607) permanecen las Siete obras de misericordia del Pío Monte de la Misericordia (institución caritativa que exhibe este colosal trabajo tras el altar de la iglesia) y la Flagelación de Cristo del Museo de Capodimonte. La segunda estancia (1609-1610) sucedió a dos años agitados entre Malta y Sicilia, y al final de la misma realizó El martirio de Santa Úrsula, una obra desgarradora donde los personajes apenas se vislumbran sobre un fondo negrísimo. Se la encargó Marcantonio Doria y hoy es propiedad de un banco que la exhibe orgulloso en plena Vía Toledo. Unas semanas después de pintar a esta mártir que se hurga las entrañas para extraer la flecha letal, Caravaggio murió enfermo y debilitado por la fiebre cuando se dirigía a Roma en busca del perdón papal por el asesinato de Ranuccio Tomassoni. Fugitivo, pendenciero, había dado incluso con sus huesos en el castillo maltés de Santo Angelo. En La Valeta, al amparo de los Caballeros de Malta, en cuya orden logró ingresar y de la que fue expulsado por su mal comportamiento, pintó La decapitación de Juan Bautista, que firmó dibujando su nombre con la sangre que mana del cuello rebanado del profeta. Las restantes figuras del cuadro permanecen impasibles ante la desgracia. No hay ya redención posible.

Del primer período napolitano procede Salomé con la cabeza de Juan el bautista, hoy en el Palacio Real de Madrid, y el mayor hallazgo artístico de los últimos tiempos: el posible caravaggio que iba a subastar Ansorena como una obra del círculo de Ribera por 1.500 euros. Hay algo en el artista que conecta a la perfección con esta turbulenta época donde la vida y la muerte vuelven a estar hiperconectadas. Tanto los propietarios como el Estado, que tiene reservado el derecho de tanteo cuando este Ecce Homo se venda, son los protagonistas de una trama compleja como una novela policíaca cuyo desenlace, ojalá feliz, puede convertir a este país en el otro gran destino caravaggiesco con cuatro -sumando los del Thyssen y el Prado- de los 60 cuadros que, se cree, pintó el milanés.

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