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Cardenal Amigo

Contribuyó a la Transición en Sevilla, podando de carcundia a la Iglesia diocesana, sin perder el apego a los ritos

La muerte de Carlos Amigo Vallejo, a los 87 años, nos parece prematura. Aún tenía mucho que decir y que hacer en Sevilla, a la que mantenía en el corazón. Esta archidiócesis tiene un arzobispo, José Ángel Saiz, y tenía dos eméritos, Carlos Amigo y Juan José Asenjo, que formaban un singular triunvirato espiritual. De sensibilidades bien diferentes, el magisterio religioso de monseñor Amigo ha calado y dejado huella. Fue un arzobispo que colmó una etapa trascendental para la Iglesia de Sevilla. Estuvo al frente desde 1982 a 2009. Llegó poco antes del triunfo de Felipe González y se fue todavía con José Luis Rodríguez Zapatero. Por medio estuvieron los ocho años de José María Aznar. En la Junta sólo conoció a presidentes socialistas. Y convivió con alcaldes del PSOE, PSA y PP.

Se le consideraba progresista, según el baremo eclesiástico, pero sobre todo era diplomático, lo que no le impedía tener las ideas claras y los objetivos definidos. Fue el arzobispo de la Transición en Sevilla, que profundizó el camino iniciado por Bueno Monreal. Transición política a la que contribuyó, podando de carcundia a la Iglesia diocesana, sin perder el apego a los ritos, la solemnidad y el buen gusto. A pesar del episodio del báculo y otros así. Porque a un arzobispo, cuando llega, algunos intentan ponerle una zancadilla para que se oriente. Amigo se orientó con rapidez. Y ya nadie lo iba a zancadillear, por la cuenta que les traía. Era un arzobispo con buena memoria, la histórica y la reciente.

Su franciscanismo le acompañó, era inseparable del personaje. Aunque para inseparable el hermano Pablo, el secretario perfecto, con vara de mando para lo que hiciera falta. En la biografía del cardenal Amigo Vallejo siempre se hablará del palacio de San Telmo, y de las dos visitas de Juan Pablo II y su amistad con el papa Francisco, del que fue ferviente partidario en el cónclave. Los rumores sobre la papabilidad de Amigo Vallejo no pasaron de leyendas urbanas. Pero su relevancia dentro de la Iglesia universal y su influencia en la América hispana eran incontestables. No fue sólo un cardenal español con sede en Sevilla, sino que a veces parecía un verso suelto en la Conferencia Episcopal, más apreciado en Roma que en Madrid.

A las hermandades y cofradías les marcó el camino de la renovación. Cuando entendió que había llegado el momento (ni antes ni después) puso a las mujeres en su sitio de nazarenas y se acabó el debate. Y no quiso ser pregonero. El cardenal Amigo se nos va al cielo. En Sevilla, además de su fecunda huella, se le queda una calle a los pies de la Giralda y junto a la plaza de la Virgen de los Reyes. Eso confirma su importancia. El recuerdo derrotará al olvido.

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