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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Cartas gallegas

Una de las grandes diferencias entre Sevilla y Vigo es la limpieza. La comparación produce rubor

Las famosas luces navideñas de Vigo.

Las famosas luces navideñas de Vigo. / DS

UNA distinguida señora me comentaba la opinión que un reconocido marchante de arte tiene de Sevilla: “es una ciudad sin arquitectura de prestancia y muy pobre de materiales”. Quizás este perspicaz varón no comprenda que la gracia de Sevilla reside, precisamente, en que está hecha de humilde barro, como el hombre del Génesis y los pájaros que Jesús niño echa a volar en los Apócrifos. El Mudéjar, nuestro estilo nacional, es eso: ladrillos, azulejos, olambrillas... barro. Después está el Barroco, pero eso no es más que una hojarasca, un engaño de oropel con el que se privó de luz a los antiguos templos bajomedievales. Lo explica muy bien el arquitecto Honorio Aguilar. Pregúntenle a él.

Orgulloso estoy, pues, de nuestra arquitectura franciscana o babilónica (a escoger según el gusto de cada uno). Pero eso no significa que a uno no le choque ver en ciudades mucho más pequeñas que Sevilla las grandes vías de las que carecemos, con ese estilo parisino-madrileño que le dan gran porte y rimbombancia. Nosotros lo intentamos con la Avenida, pero no nos salió. Un ejemplo de lo dicho es Vigo, cuya población no llega a 294.000 habitantes, pero tiene rúas que son propias de la capital de un imperio ultramarino, incluso en estos días de su afamada iluminación navideña, un catálogo de horrores electrificados. ¿Porqué Vigo sí y Sevilla no? Probablemente es la diferencia entre ser una ciudad industrial y una agrícola-funcionarial. O entre una urbe aristocratizante y otra burguesa. Quizás aquí nos dedicamos a adornar iglesias y cortijos en vez de construir grandes edificios con atlantes y cariátides. Quizás, sencillamente, aquí no hubo –y sigue sin haber– un duro.

Otra gran diferencia entre Sevilla y Vigo es la limpieza de las calles. La comparación sólo puede provocar rubor. ¿Por qué Vigo, pese a tener las avenidas repletas de gentes disfrutando de bombillas y papanoeles, sigue completamente limpia mientras en Sevilla cualquier mínima aglomeración da como resultado un muladar? ¿Los herederos de Tartessos y Al Andalus, con nuestras leyes en verso y nuestros reyes poetas, tenemos fatalmente el gen del cochino? Es pisar el aeropuerto de vuelta y empezar a ver esos manchurrones negros que motean nuestros pavimentos, los papeles por el suelo, las latas pateadas... Y atrás queda Galicia, con sus calles limpísimas –en las que se puede comer sin remilgos centollas, queixo de tetilla, pulpo y lacón– y sus tradiciones celtas de hace tres días.

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