YA está Telecinco luciendo tómbola en el prime time, como ese convite de primera comunión que son los gritones de Pequeños gigantes, rebasando decibelios, o Rosa Benito exhausta por el Camino de Santiago, la peregrina mejor pagada de la milenaria historia del Campus Stellae. Los huesos apostólicos se remueven en el Finisterre. Menos mal que todo eso le funciona a Mediaset, porque parece gafada en sus inversiones mundialistas de este año. Del Bosque y Orenga es como si fueran accionistas de Atresmedia.

En la noche de los niños de Angy y Melody La 1 ofrecía de sopetón las tres horas largas de Descalzo sobre la tierra roja, una producción catalana notable a cargo de Oriol Ferrer, con ciertas deficiencias en el doblaje al castellano, y con una conseguida interpretación de Eduard Fernández como el combativo claretiano Pedro Casaldáliga. TVE ofreció seguidas las dos entregas de la miniserie por lo que los espectadores tuvieron que aguantar hasta la una y media de la madrugada. No son horas: nos condenan a completar el visionado por internet.

La serie arranca lenta, y eso pudo influir en una deserción inicial de espectadores. Pero los que le dieron una oportunidad a este relato, que vino a justificar didácticamente el contexto y tesis de la Teología de la Liberación, fueron recompensados con una creíble recreación de la biografía de este obispo español en el corazón de la selva amazónica. La tierra y el agua son las razones de la inmensa mayoría de los conflictos de la humanidad y Casaldáliga, desde la fiereza sutil a la firmeza insoslayable, ética y política, se puso del lado de los desesperanzados y y de perfil ante el poder y la extorsión. De paso, Ferrer ajusta cuentas con Ratzinger y con la Iglesia más alejada del sufrimiento. La 1 nos podía haber hecho el favor de dosificarla para degustarla como se parece. Es una de esas series duras, con calado, a la que sólo se le puede exigir un horario decente. Hubiera merecido una promoción más profusa, aunque no sabemos si existía interés en TVE para que se viera.