Castillo de ensueño

Vemos que no tener una Constitución Europea es un lastre para hacer frente a la amenaza rusa

Parece que sí hay algo que una a los europeos: la amenaza de una guerra en Europa provocada tras la invasión de Ucrania por el ejército ruso. ¿Qué diferencia esta invasión de la guerra de los Balcanes donde nuestros soldados estuvieron presentes en Bosnia y Herzegovina bajo bandera de las Naciones Unidas desde 1996 a 2008? Creo que esta última era una guerra que se consideró regional, el clásico laberinto balcánico de etnias, religiones y territorios. Durante aquellos conflictos, en 2005, hubo dos referéndums para un tratado constitucional en Europa, pero no hubo la unanimidad necesaria, aunque había sido apoyado por una amplia mayoría de los parlamentarios europeos. En España el 77% de la población votó sí a la pregunta: ¿Aprueba usted el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa? Los ciudadanos de Francia y Holanda votaron en contra, aunque no eran los únicos países que se mostraban reticentes a una Constitución Europea.

Conviene recordarlo de vez en cuando sobre todo en ocasiones como las actuales en las que hay que actuar con cierta rapidez frente a cuestiones graves o al menos urgentes. En análisis políticos realizados entonces se mencionaron varias causas para esos resultados, entre otros: la ambigüedad del proyecto europeo, el impacto de la globalización y de la nueva situación geopolítica y geoeconómica mundial, con la desaparición de la amenaza soviética y el fenómeno de la inmigración, junto a la inseguridad ciudadana por la desaparición de fronteras dentro de Europa.

En Ucrania y antes en Crimea, Rusia parece querer marcar límites a la occidentalización de Europa y a la influencia de la Unión Europea como opción política para los estados que estuvieron en la órbita soviética. Y comprobamos que no tener una Constitución Europea es un lastre para hacer frente a la ahora amenaza rusa. Estamos contemplando en directo que el final de Madre Coraje de Bertolt Brecht, arrastrando sola el carro de su ruina con todos sus hijos muertos, después de vivir la guerra como un negocio, no sólo era una fábula del mal de las guerras, sino una imagen que se anticipaba a las familias que trasladaban féretros a través de las fronteras de los Balcanes. Un grito de Antígona pidiendo reposo para su hermano muerto en la tragedia de Sófocles.

Todo puede cambiar y todo es susceptible de empeorar. Lo conseguido nunca está consolidado en un mundo de desigualdades. En el libro de Stefan Zweig, El mundo de ayer. Memorias de un europeo, el escritor austríaco reflexiona sobre los cambios que la llegada del nazismo ha producido en Alemania y las consecuencias de la anexión de Austria al Tercer Reich. Y cómo la burguesía vienesa de origen judío, responsable en gran medida del esplendor de las artes y de la cultura de su tiempo, vio que su mundo de seguridades y certezas desaparecía. Dice Zweig: "Hoy, cuando la gran tormenta lo ha destrozado hace tiempo, sabemos de una vez por todas que aquel mundo de seguridad era un castillo de ensueño".

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