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Pablo Milanés.

Pablo Milanés. / EFE

CUANDO Pablo Milanés murió este martes en Madrid, el presidente de Cuba y heredero de los Castro, Miguel Díaz-Canel, preparaba un ramo de rosas en Moscú. Al día siguiente, visitaría junto a Vladimir Putin la estatua de Fidel y dejaría muestras públicas de que Cuba siempre estará con Rusia, incluida la invasión de Ucrania, y será su compañera contra “el imperio yanqui”.

A España le costó olvidarse de 1898, pero desde José Martí los poetas cubanos no han dejado de cantar contra el imperialismo norteamericano, sentimiento agitado durante décadas por la dictadura castrista para mantener a la isla bajo su yugo de pobreza y de falta de libertades. Pablo Milanés, como Silvio Rodríguez, y todos aquellos cantautores de la Nueva Trova pusieron música y letras bellísimas a aquella revolución que fue una de las pocas cosas bellas que podía exportar el feo bloque soviético. Y es que el buen arte sigue siéndolo, aunque sus fines sean espúreos.

Como Pablo, Milanés también se cayó de su caballo cuando iba camino de Damasco, y desde hace años se dejó de relacionar con Fidel y sus gobiernos, aunque no renunció al recuerdo de aquella revolución soñada. No deja de ser un símbolo de la gran mentira castrista que Pablo Milanés viviera en Madrid por razones de salud, después de toda la tabarra que escuchamos durante décadas de las excelencias de la sanidad pública cubana, argumento expiatorio contra todas tropelías del régimen.

“A qué seguir respirando si no estás, tú, libertad”, cantó el último Milanés, que como otros tantos cientos de miles de su generación han huido o vivido o muerto fuera de Cuba. “¿Dónde están los amigos que tuve ayer? ¿Qué les pasó?¿Qué sucedió?”, recita en Éxodo. La tristeza por los amigos huidos a Miami, Madrid y Londres inunda toda la literatura de Leonardo Padura, a quien la melancolía lo está devorando en La Habana mientras no dejar de escribir novelas tan buenas como tristes por mucho humor caribeño que espolvoree por sus páginas. Como Padura, Milanés ha sido uno de tantos que se apartó del régimen sin llegar a convertirse en un activista de la oposición.

Silvio Rodríguez sigue junto a la dictadura, y no por ello sus letras, su música y su voz dejan de ser una composición armónica de la perfección. Se perdió en Nicaragua, cantaba Silvio, otra presa del águila imperialista, donde hoy manda y reprime un émulo de los Castro.

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