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EL nuevo consejo de gobierno de la televisión y la radio públicas de Cataluña ha tomado una decisión que puede, y debe, hacer historia (en sentido limitado, sin rimbombancias, pero interesante): ha mandado suprimir los bloques de información electoral elaborados en función de los votos de cada partido.

A mí esto me suena. Me suena porque eso mismo lo pusimos en práctica en Canal Sur TV hace quince años Rafael Rodríguez, actual director de RNE en Andalucía, y yo, al amparo de Joaquín Marín, director general de RTVA entonces. Tanto en la campaña para las elecciones municipales de 1995 como en la de las elecciones andaluzas de 1996 impusimos una norma: la duración y el contenido de cada información preelectoral la decidirían los periodistas aplicando criterios puramente periodísticos. El único matiz, aunque relevante, era que en el cómputo global del tiempo informativo durante toda la campaña los partidos más representativos tendrían que verse más reflejados que las minorías.

Dirán ustedes que eso es lo normal. ¡Qué va! Como la experiencia duró poco -exactamente, lo que la malafamada pinza-, lo normal ha sido que, en Canal Sur y en las demás televisiones públicas, la información electoral se ha troceado de tal modo que en cada informativo la noticia del partido mayoritario ha sido la más larga y la del minoritario, la más corta. El antiperiodismo, vamos, que produce aberraciones como la de que las informaciones de las minorías -IU y PA, en el caso andaluz- a veces son tan fugaces que ni se entienden.

Como digo, los responsables de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals han tenido ahora el buen criterio de eliminar esta rigidez antiperiodística y restaurar el principio básico de que en cada informativo de radio o televisión que emitan el orden y el tiempo dedicado a las actividades electorales de cada partido dependerán de su interés informativo; es decir, de la actualidad de cada día tal y como la entienden los redactores y editores responsables. También se introduce el matiz del que escribí antes, de manera que la desproporción entre el tiempo dedicado a unos partidos y otros no supere ciertos límites numéricos.

Naturalmente estas medidas benefician a las formaciones políticas minoritarias que, de no hacerse así, quedarían reducidas a la insignificancia informativa, pero es que esta discriminación positiva resulta buena para la democracia. En vez de cristalizar una situación política concreta y favorecer a los fuertes abre la puerta a que las cosas cambien y ayuda a los débiles. En lugar de potenciar el bipartidismo, corre en auxilio del pluralismo. Otra cosa es que los auxiliados sepan o no aprovechar la oportunidad.

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