HACE catorce años, jugaba en Riazor un Sevilla que aún disfrutaba de una muy dulce resaca por la conquista, cuatro días antes, de su segunda Copa de la UEFA en Glasgow ante el Espanyol. Las resacas escocesas son bien largas, más si has disputado una final con prórroga y penaltis, y lo acusó el Sevilla ante el Deportivo de Caparrós. Recuerdo que el Sevilla llegaba a ese partido sin presión, pero a sólo dos puntos de desventaja de Real Madrid y Barcelona.

Bodipo adelantó a los coruñeses en el minuto 72 y ahí parecía que se le iba definitivamente el tren del premio Gordo al equipo de Juande Ramos. Pero Renato y Kanouté remontaron con dos goles postreros y, de repente, los sevillistas se encontraron con un escenario que ni soñado: a falta de tres jornadas, la puerta de la Liga seguía entreabierta aun dependiendo de los dos colosos. Era muy difícil porque necesitaban los de Nervión que Madrid y Barça perdieran al menos una vez. No lo hicieron, pero el Barça tropezó con el célebre tamudazo en la penúltima jornada (2-2) y el Madrid también empató, y gracias, en Zaragoza (2-2). Pero Iturralde no quiso ver dos penaltis al Sevilla en Mallorca y ese 0-0 descabalgó virtualmente a los blancos del gran sueño. Pero ahí estuvieron.

Muchos, no sin razón, opinan que la clave de esa Liga había saltado unas jornadas antes, cuando los sevillistas, muy cansados por jugar la semifinal europea con Osasuna tres días antes, sufrieron la remontada en el Bernabéu. Pero de repente, en Riazor, resacoso, se encontró de nuevo con la puerta entrebierta. Y más que se le abrió en la penúltima jornada en Mallorca.

Hoy, aunque son tres los rivales y siete las jornadas, el Sevilla se halla en un tablero de juego similar. Con el objetivo de la Champions en el bolsillo y sin la presión por el gran sueño, sólo debe pensar en ganar al Levante. Y luego al Granada. Y luego al Athletic. Y a ver cómo está ese tablero en la jornada 35ª, cuando acuda a Valdebebas y el Atlético vaya al Camp Nou. Mérito mayúsculo el suyo.