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LA foto es para verla... y para degustarla. Aparece Cayo Lara, que no es un senador romano, sino el coordinador general de Izquierda Unida, con sonrisa de autosatisfecho y mella delatora de un origen humilde, con el uniforme reglamentario del progre revenido, a saber, traje oscuro, camisa a rayas sin corbata (sin duda, la habrá dejado para mejor ocasión) y una chapa con la bandera republicana en la solapa, para que se sepa qué ideología profesa; y aparece el Rey de España con la corbata que quizás le correspondía llevar a su interlocutor y una sonrisa socarrona, como de alguien que ya está de vuelta de muchas cosas y se toma a chacota la pretendida provocación de que está siendo objeto y piensa para sus adentros que cómo va a molestarle lo que diga Cayo Lara a él, que ya hace más de treinta años hizo tragar la bandera roja y gualda, el escudo y la propia Monarquía nada menos que a Santiago Carrillo, que era un comunista de los de antes y no un epígono de tercera categoría como el que tenía a su lado cuando la agencia oficial de noticias inmortalizaba el encuentro en Zarzuela (se escribe Palacio de la Zarzuela, pero se dice Zarzuela). A él, que en la noche más triste de la reciente historia española se puso el uniforme de capitán general de los ejércitos y mandó parar el golpe de Estado de Armada-Miláns-Tejero, pero que si en vez de mandar parar hubiese mandado seguir, el golpe hubiera triunfado, aclamado por buena parte de los españoles, y ahora Cayo Lara no sería recibido en Zarzuela, sino en Carabanchel, ni podría ponerse la chapita con la tricolor, ni yo podría escribir este artículo, y seguramente los dos, Cayo Lara y yo, estaríamos juntos en la clandestinidad.

En fin, que gracias al Rey Cayo Lara ha podido este lunes ir a la casa del Rey a decirle al Rey que va a hacer todo lo posible para que se vaya. Es estupendo que tenga el derecho de decirlo, aunque a nadie le debe gustar invitar a otro a su hogar y que el invitado le explique con pelos y señales que tiene un plan para desalojarle de ese hogar y enseñarle el camino de Cartagena. No es de buena educación, ni siquiera de buena educación republicana, contarle al anfitrión que se tiene una hoja de ruta que dará con sus huesos en el exilio.

Y si Zarzuela no era el lugar para exponer la hoja de ruta hasta la tercera República, este tiempo tampoco parece el más propicio. La izquierda que más presume de estar en contacto con la calle le plantea al Rey una cuestión que no está en la calle ni mucho menos, aunque los seguidores de Cayo hayan aplaudido la valentía y el coraje de arrojársela a su cara y en su casa. Este Cayo sí que tiene un temple heroico y no aquel Santiago Carrillo que se quedó sentado en su escaño el 23-F tras haber "tragado" con la bandera, el escudo y la Monarquía.

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