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Caza de brujas

Vivimos tiempos en los que todos tendemos a dividir la realidad en dos mitades irreconciliables

La mañana de la muerte de Rita Barberá, me crucé con dos transeúntes que parecían padre e hijo. Por su aspecto no eran votantes del PP, sino más bien de quienes odiaban e insultaban a la antigua alcaldesa de Valencia -el padre llevaba una especie de pañuelo hippy al cuello, y el hijo llevaba el pelo largo y descuidado-, pero les oí comentar sin un ápice de duda: "A Rita Barberá la han matado los periodistas". Lo dijeron así, tal cual, como si todos los periodistas hubieran informado de la misma manera y todos se hubieran comportado igual.

Vivimos tiempos en los que todos tendemos a dividir la realidad en dos mitades irreconciliables y en los que sólo sabemos interpretar los hechos si los clasificamos en una u otra mitad. Y lo mismo que se dice con gran irresponsabilidad que todos los políticos son unos corruptos, ahora también se puede decir que todos los periodistas son unos asesinos (o al menos cómplices de una muerte muy desgraciada). Cualquier cosa es buena con tal de ajustarnos a ese relato maniqueo que lo divide todo en una historieta de buenos y malos. Lo curioso de este caso es que Rita Barberá pertenecía al supuesto bando de los malos, pero su triste muerte en un hotel la ha convertido en una víctima que en un solo segundo ha dejado de pertenecer al bando de los verdugos. Así de volátiles son las etiquetas con que juzgamos las cosas. Y así de superficial es nuestra forma de entender la realidad.

En estos tiempos, la sospecha y el odio se van extendiendo por todas partes, como reacción a la desvergüenza de ciertas élites que viven muy bien y que no tienen ningún pudor en exhibir su obscena riqueza. Y ahora nos toca vivir emparedados entre la desvergüenza de unos y el odio incendiario de otros, sin espacio alguno para los matices ni la búsqueda de la verdad. Y sin espacio alguno -y eso es mucho peor- para la piedad y la consideración, dos virtudes que cada día parecen más incomprensibles y obsoletas. Puede que Rita Barberá no fuera una persona ejemplar. Puede que estuviera metida en asuntos turbios o que hubiera cometido irregularidades. Claro que sí. Pero de momento no tenía ninguna condena en firme. Y aun así, la histeria y el odio la habían condenado de antemano y no le dieron ni la menor oportunidad. Hemos vuelto a los tristes tiempos de persecución política que Arthur Miller retrató en Las brujas de Salem.

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