La ciudad y los días

carlos / colón

Cebando la fiesta

LA que terminó ayer podría ser la última Feria que dure oficialmente seis días -de martes a domingo- para pasar a los nueve días, haciendo oficial la realidad de la "preferia" -equivalente a las "vísperas" de la Semana Santa- para gozo de nativos, turistas, hoteles y bares. Se hará una consulta popular para conocer la opinión de los sevillanos. Siguiendo la moda de los ocho apellidos podría hacerse un chiste sobre catalanes y sevillanos: allí los referendos se hacen para achicar España y aquí para agrandar la fiesta. Pero sería un error que nos tomaran por alegres y ociosas cigarras con sombrero de ala ancha frente a las productivas hormiguitas catalanas. Porque la Feria y la Semana Santa son algo muy serio, muy catalán y muy anglosajón: negocio. La Semana Santa deja en Sevilla unos 260 millones de euros y la Feria, unos 700. No es calderilla.

El caso de la Semana Santa es más delicado porque no fue creada para salvar la economía de la ciudad, sino las almas. Pero la Feria, desde que Bonaplata e Ybarra propusieron su creación, nació por imperativo comercial ganadero... Y festivo: desde la primera Feria de 1847 se instalaron puestos de golosinas, frutas y juguetes, calesitas, teatrillos, cafés, bodegones, buñolerías y tabernas. Y eso que Bonaplata e Ybarra ignoraban que un año antes Thomas Cook había inventado las agencias de viaje, y que sólo faltaba una década para que llegara el ferrocarril y para que don Manuel Pastor y Landero pusiera el río de dulce. ¡El turismo!

Por eso, al poco de la creación de la Feria, el Ayuntamiento descubrió los beneficios económicos de unirlas como las Fiestas de Primavera que compartían un cartel en el que el desfile de las cofradías se anunciaba junto a la feria, las corridas de toros o los fuegos artificiales. Hasta que en 1940 Segura prohibió que las dos fiestas compartieran cartel para salvaguardar el carácter religioso de la Semana Santa frente al festivo y comercial (y también frente al político porque, a la vez, prohibió que se saludara brazo en alto a los pasos "estimándose que el saludo nacional debe ser reservado para aquellos casos que la ley señale, entre los que no figuran la presencia ante los devotos de las sagradas imágenes, a las que procede dirigir oraciones y plegarias, más bien que el saludo oficial").

Pero olvidemos viejas historias y, ¡hala!, inflemos y cebemos las dos fiestas; que nos jugamos, sumándolas, unos mil millones de euros.

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