¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Cenizas de El Monte y Abengoa

Pocas empresas sevillanas han tenido el peso de Abengoa. Todos nos sentíamos orgullosos de sus logros

De la Sevilla eufórica de la Expo, con sus juergas en el Canguro y su pabellón de Fujitsu, pasamos al panorama un tanto sombrío de la post Expo, con una crisis económica que el felipismo había ocultado hábilmente para no amargar los fastos del 92. Los que por entonces habíamos acabado la carrera paseábamos por las calles con un currículum de tres líneas bajo el brazo, haraganeando en bares de altramuces y cerveza, fumando rubio nacional, metiendo la pata por aquí y por allá y leyendo novelas de quinientas páginas para arriba. La juventud tiene esos excesos. A nadie, y menos a los que vestían la toga celeste, se le ocurría soñar con un trabajo medianamente decente. Pero en aquella Sevilla de grandes infraestructuras recién estrenadas y un debilísimo tejido empresarial existía alguna que otra isla-fortaleza. Así, a bote pronto, recordamos dos que eran poco menos que la General Motors para esta ciudad: Abengoa y El Monte. Ubi sunt?

Algunos decían que trabajar en El Monte -por entonces el banco nacional de Sevilla- era mejor que sacar una plaza de funcionario en el Ayuntamiento, que ya es decir. Tanque en mano, en las tertulias de parados juveniles se comentaban relatos que bien podían recordar a los de aquellos marineros fantasiosos que navegaron por la mar océana en el XVI: abundancia de días de vacaciones, horarios propios de una señorita mal criada, pagas extraordinarias e indemnizaciones a lo Pablo Iglesias… Una canonjía. Nadie podía imaginar que, años después, tras un cúmulo de fusiones y cambios de nombres, lo que había sido El Monte acabaría deglutido y excretado por la banca catalana. Lo comprendimos el día que topamos en la barra del bar Tito con un ex cuadro de la antigua caja de ahorros al que le habían hecho una oferta tentadora: o Andorra o la calle.

Abengoa, por su parte, era ya entonces una veterana y exitosa empresa sevillana que había llegado al grado de multinacional y no precisamente vendiendo aceite o jamones, sino aportando soluciones tecnológicas a problemas tan diversos como las energías renovables o la señalización de carreteras. Aquello no era el chollo de El Monte para los empleados -tenía fama de trabajo duro y sueldos contenidos-, pero permitió a generaciones de ingenieros y economistas de la ciudad hacer carrera en su tierra y trabajar en un proyecto internacional apasionante. Pocas veces una corporación sevillana ha llegado tan lejos. Todos nos sentíamos orgullosos de sus logros. Conviene recordarlo ahora, cuando el barco ha naufragado y la Guardia Civil monta guardia en Palmas Altas; ahora que abundan los profetas del pasado y las pavesas de lo que fue Abengoa vuelan por el cielo de Bellavista.

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