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La tribuna

Alejandro A. Vilches Alarcón /

Chernobil: forja de héroes

EL 26 de abril de 1986 tuvo lugar un terrible accidente nuclear en el corazón de Ucrania (en aquel entonces República Socialista Soviética de Ucrania, perteneciente a la URSS, ya extinta). Para una generación completa Chernobil es sinónimo de una catástrofe sin igual. Era el teórico fin de la energía nuclear, la panacea energética de cuatro décadas de investigación. Teórico porque es cierto que el ser humano no ha sido capaz aún de sustituir el uranio por otra fuente de energía a pesar del empuje de las energías renovables. Hasta 2011, con Fukushima, que nos dimos cuenta de la existencia de más de 200 reactores nucleares en construcción.

El ser humano es capaz de lo más ruin y de lo más noble. La energía nuclear lo demuestra. Usada para arrasar ciudades enteras también es capaz de proveer de energía barata y continua a grandes poblaciones. En la tragedia de Chernobil se intuye la caída de un sistema político, caduco e incapaz de subsistir. Sin embargo, tras la careta de una URSS que se desmorona por los pies, que se resquebraja por su armadura externa, no se debe olvidar que también estaba conformada por personas.

Durante una prueba del reactor Nº 4 de la planta, una concatenación de fallos humanos lleva a que a las 01:23:04 se sufra una explosión de hidrógeno, que lanza la tapa del reactor, de 2.000 toneladas de peso, fuera de su ubicación, permitiendo la liberación de grandes cantidades de elementos radioactivos al medio. Debido a que una central nuclear trabaja sobre un ciclo de vapor, grandes cantidades de agua evaporada contaminada se proyectan a la atmósfera. Y esta no entiende de fronteras o ideologías. Lo demuestra que en Suecia, a 1.100 kilómetros de Chernobil, se pensó que dichas partículas provenían de sus propias centrales nucleares.

En Chernobil estaba teniendo lugar una terrible batalla contra la radioactividad. Un ejército compuesto por hasta 600.000 personas, conocidos como liquidadores, trataban de apagar los incendios y reducir la amenaza nuclear. Lo conformaban personal de la planta, militares y reservistas, bomberos y hasta estudiantes de carreras técnicas. Todos ellos sabían que su trabajo era imprescindible para salvar, no sólo la URSS, sino a Europa entera de una catástrofe peor. Sabían que al realizar dicho trabajo arriesgaban sus vidas. Alguien que de esa forma sacrifica su propia vida por un bien general no puede ser llamado de otra forma más que héroe.

De todos ellos, hay tres que en ningún momento tuvieron la menor duda de que su trabajo les acarrearía la muerte, salvando a toda Europa de una amenaza mayor. Alexei Ananenko, Valeri Bespalov y Boris Baranov. Bajo los reactores de la central existía un almacén de agua para usar en caso de emergencia para refrigeración. Durante los trabajos de los bomberos se habían arrojado toneladas de agua sobre la central para apagar los incendios. Dicha agua había acabado en dicho almacén.

El almacén representaba ahora un serio peligro. Los materiales radioactivos del reactor amenazaban con alcanzar el agua bajo ellos, creando nubes radioactivas que alcanzarían cotas superiores a las ya provocadas y sin visos de interrumpirse una vez que se iniciara. Por lo tanto era esencial drenar el agua. El problema se debía a que los sistemas de control remoto de las válvulas habían sido destruidos por el accidente, y dichas válvulas estaban sumergidas en el almacén. Por lo tanto alguien tenía que sumergirse en agua radioactiva y abrirlas manualmente.

Tres hombres se presentaron voluntarios sin dudarlo. Ananenko y Bespalov operarían las válvulas mientras Baranov les acompañaría sujetando una linterna. Los tres se pusieron los equipos de buceo y se sumergieron en el corazón del infierno nuclear. A pesar de que la linterna fallaría al poco de sumergirse, lograron abrir las válvulas drenando el estanque. Los tres Héroes submarinistas fallecieron al poco por efectos de la radiación masiva recibida durante el proceso. En ningún momento dudaron de que su segura muerte fue por un bien mayor que ellos mismos, librándonos a todos los europeos de una mayor tragedia nuclear.

Han pasado 30 años desde aquello, y Chernobil es un sitio muy vivo. El monstruo nuclear desatado no entiende de nuestras fechas ni calendarios. En estos momentos una empresa francesa, financiada por países de todo el mundo, termina de instalar un sarcófago de acero de hormigón, que encierre al monstruo por siglos. Han pasado 30 años, pero Chernobil sigue acechando.

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