Azul Klein

Charo Ramos

chramos@grupojoly.com

Chibanga

El primer africano que toreó en la Maestranza añoraba Sevilla, donde compartió cartel con Curro Romero

Hacía mucho calor en Sevilla aquel 15 de agosto de 1972 pero la Plaza estaba llena. Ricardo Chibanga compartía cartel con Curro Romero en la corrida que celebraba el día de la patrona, la Virgen de los Reyes. Aunque fue vitoreado y banderilleó muy bien, no obtuvo trofeos como sí hizo en su primera tarde en el coso del Baratillo, cuando cortó una oreja. Por momentos como aquellos Chibanga, el primer africano que toreó en la Real Maestranza, llamaba a Sevilla "mi ciudad" y la echaba de menos soñándola desde su finca de Santarem.

En sus recuerdos, según nos cuentan amigos próximos, la arena de Sevilla equivalía al paraíso. Aquí tomó la alternativa en 1971 de manos de Antonio Bienvenida y los aficionados se rindieron a su carisma y su valentía. Fue la cima de su carrera hasta ese momento, un logro que Portugal vivió con orgullo enviando cámaras para registrar la faena. El niño que había nacido en una de las barriadas más humildes de Lourenço Marques, la actual Maputo, y que repartía programas de mano de los festejos para conseguir entrar gratis en la Monumental de la capital de Mozambique, dejaba atrás la miseria, el racismo, el frío, la incertidumbre. Como el futbolista Eusébio entonces y como la fadista Mariza ahora, también nacidos en la antigua colonia, Chibanga se convirtió en los años 70 en uno de los artistas populares más queridos de Portugal. Cuando en 1973 toreó en la Monumental de su ciudad natal su fama se hizo global.

La prensa de la época señala que el color de su piel llamaba la atención al ponerse el traje de luces pero su carrera no fue anecdótica ni el exotismo de su estampa sirvió jamás para disimular carencias artísticas. Chibanga fue un buen torero, muy respetuoso con el público, hasta que una enfermedad de la vista le obligó a retirarse. Se reconvirtió como empresario taurino y durante un tiempo recorrió Portugal con su plaza portátil, llevando la fiesta a ciudades y pueblos que carecían de ella.

En las fotografías de sus tardes de gloria lo vemos sonriente en los cosos de Melilla, Valencia o el sur de Francia. Allí fue a verle el gran artista del exilio, Pablo Picasso, que le llamaba "el morenito matador". Chibanga todavía tiene sangre en la ropa mientras tiende la mano al malagueño, pintor de celebradas Tauromaquias.

La muerte inesperada de Ricardo Chibanga la semana pasada pone de manifiesto lo poco que se le recuerda en su amada Sevilla. Si algún día vemos ampliarse el real de la Feria con su traslado al Charco de la Pava, sería hermoso encontrar que Chibanga tiene una vía con nombre propio entre los toreros de Sevilla, no demasiado lejos de Bienvenida y del faraón de Camas. Kanimambo, Ricardo Chibanga.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios