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Un día en la vida

manuel Barea /

Chivatos

EL último hombre sobre la faz de la tierra será un chivato. Y solo e incapaz de reprimir su pulsión delatora, cuando cielo y tierra vayan a fundirse y ya no quede nadie salvo él, el muy desgraciado se preguntará: "¿Y a quién acuso ahora?". Quién sabe si en su desesperación grite al vacío: "¡He sido yo, he sido yo!". Será el epílogo a su infame existencia.

Ateniéndonos a la actividad desarrollada en este campo por muchos habría que aceptar que la delación bien pudiera ser una característica primaria, esencial, del hombre. O fue que a sus padres se les pasó inyectarles, al poco de nacer, la vacuna contra la denuncia. Ya durante la infancia -ese período en el que se apuntan maneras-, el profesor alecciona en el colegio al cobista para que apunte en la pizarra durante su ausencia los nombres de aquellos en los que observe un comportamiento inadecuado: no hacía falta cometer ninguna gamberrada, bastaba con hablar con el compañero de pupitre o -peor aún, y esto se repetirá en la edad adulta con funestas consecuencias- que el pelota te la tuviera jurada, así que el muy cabrón, un sociópata con enuresis, aprovechaba para escribir con tiza los apellidos de aquellos a los que odiaba. Una lista negra. Parece que ahora han cambiado los tiempos: una vez leí en algún periódico que hay alumnos vigilantes en los recreos. Dicen que por seguridad (tan preferible siempre por los sembradores de miedo a la libertad). Después me lo confirmaron unos conocidos, padres de niños en edad escolar. Veo el patio de un colegio como el Stalag 17 de Billy Wilder, con la diferencia de que nosotros conocíamos al chivato desde los primeros días del curso. Un intocable.

No hay aula sin soplón, ni policía sin confidente, ni cárcel sin chota, ni mafia sin infiltrado, ni terroristas sin informadores, como no hay comunidad de vecinos sin cotillas ni empresas sin arribistas. Todos cuchicheando a la oreja de su amo. En estos subalternos se descubre una glotonería vomitiva a la hora de señalar a alguien como responsable de algo que les parece mal, aunque simplemente se trata de algo que no les gusta, con lo que no están de acuerdo porque es algo que sólo es distinto y no entienden, así que lo convierten en algo improcedente, algo malo. Y por lo tanto tiene que ser castigado, eliminado. Demasiada historia de este país está montada sobre la insidia y la calumnia. No se debía señalar con el dedo a nadie, me recriminó siendo niño un hombre al que quise mucho. "Primero te apuntan con el dedo y después con el máuser", me dijo. Él lo había visto hacer.

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