el poliedro

José / Ignacio Rufino

Christine, la glamurosa

Muy poco liberal aquí, Christine Lagarde aconseja confiscar ahorro privado para pagar deuda pública

EL Fondo Monetario Internacional (FMI) ha estado dirigido en su historia reciente por tres sujetos de dudosa honra, y con mala reputación. Dominique Strauss-Kahn es un putero de renombre, émulo organizador de orgías para poderosos de aquel plutócrata interpretado por Sydney Pollack en Eyes Wide Shut, sobrecogedora película de Kubrick. Diversión que a uno, particularmente, no le parece bien ni mal mientras que no salpique, agreda o robe para montar el evento. Ha estado procesado y conminado a dimitir de varios grandes tronos -incluido el del FMI- por proxenetismo, desvío de fondos y agresión sexual. A Strauss-Khan le precedió uno de los grandes bluff de nuestra democracia reciente, Rodrigo Rato. Rodrigo Rato, en el FMI, no sólo no se percató de nada de la que se nos venía encima en los años previos a la crisis, en los que el FMI emitió informes absolutamente inválidos y nocivos para cualquier política económica, sino que dio una monumental espantada del cargo. Españolitos, sólo Samaranch y Solana han estado en cargos planetarios de ese calibre, pero Rato apeló a la morriña de su familia y volvió (¿por qué le llaman familia cuando quieren decir Lazard y, finalmente, Bankia?). Gran defraudador y doloso mal gestor, si no acaba pisando prisión, dudaremos de todo un poco más aún. Tras Rato y Strauss-Kahn vino Christine Lagarde, de nuevo francesa, quien pasa por ser -en este caso, sí- una mujer muy capacitada, aunque también está imputada por negligencia y por favorecer millonariamente a un empresario siempre saltando a un lado y otro de la raya, Bernard Tapie. Éstos son los bueyes con los que ara el gran árbitro financiero mundial, el FMI.

Lagarde es elegante, atractiva por su esbeltez madura, su canosa naturalidad y su sencillo atuendo de fina coiture. Y Lagarde es castigadora también. Ella es una divinidad terrena de la ortodoxia económica. Es inflexible con los países con problemas, como la mayoría de los "ortodoxos" que están forrados (la ortodoxia económica excluye de su credo y de su praxis ninguna veleidad humanitaria: lo suyo es la cirugía, con poca anestesia). A la economía española le ha dado recientemente alguna de cal: en uno de sus informes, hace un par de años, se sobró, y nos dio árnica y calor diciendo que, a pesar de lo poco que otros decían que íbamos a crecer, el FMI vaticinaba un crecimiento mayor. Oráculos que combinan cócteles de números tiene la economía. Sin embargo, Lagarde, su FMI, ha dado a España sobre todo recetas implacables. Mucha arena, para que la tropa no se les confíe. Que "los ancianos son un riesgo para la economía". Cumples años, y te conviertes en un riesgo, viejo malo. Son "visiones", como diría un analista aséptico: cada uno tiene la suya. Lagarde, por mencionar otra visión suya, cree que bajar más aún los bajos sueldos es el mecanismo básico para poner a nuestro país en su sitio. En cuanto a la legislación laboral, su receta es "ninguna".

En la línea de aquellos políticos alemanes que reclamaban que España vendiese su oro, sus playas, obras de arte y monumentos para hacer frente a su deuda pública y exterior, Lagarde ha pedido esta semana que nuestro país siga abaratando el despido -¿quién da más, digo, menos?-, que se incremente el IVA y el copago en sanidad y, cuidado, educación, y que se confisque el ahorro privado de los españoles para hacer frente a la deuda nacional. Muy poco liberal sin que sirva de precedente: expropio lo privado para hacer frente a lo público, y más impuestos. La eutanasia. Me pregunto qué pensarán aquellos liberales españoles que están en el taco. Tenemos un grave problema de deuda, por supuesto. En el caso de los bancos y las empresas arruinadas se permite superar mediante quita: que pague una parte el acreedor. Pero a la gente, caña infame.

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