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josé / rodríguez De La Borbolla

De Chucena a Shanghái: el mundo es ancho y ajeno

Hace algunos años, el Ayuntamiento de Chucena organizó una ceremonia pública con motivo de la rotulación de las calles de una nueva barriada. Se trataba de reconocer a una serie de personas respetables y relacionadas con la comunidad local: Antonio Malaver El Macareno -ex alcalde-; Los Caminantes del Rocío -conjunto local de sevillanas, con consolidada proyección festera en Madrid-; Severo -el zapatero del pueblo-; y un servidor de ustedes (mi calle hace esquina con la de los Caminantes del Rocío). El acto se celebró en una gran carpa, montada al efecto, con dos grandes pantallas de televisión y fue retransmitido en directo por la televisión local. Se emitió un vídeo de cada premiado, en el que se glosaban su vida y sus méritos. Me impactó lo que se dijo de Severito, el zapatero: desde muy chico había aprendido el oficio de su padre, pero en algún momento tuvo que salir del pueblo a perfeccionar sus conocimientos. ¡Tuvo que irse a Manzanilla, a aprender con el zapatero de allí! ¡De Chucena a Manzanilla, dos mundos distintos! Pero aquello pasó. A partir de entonces, toda la vida en Chucena, viviendo tranquila y dignamente en su mundo.

Otro caso: un amigo de Lebrija es maestro. Se preparó las oposiciones y sacó la plaza, pero su primer destino se lo dieron en Las Cabezas de San Juan. Cuando se enteró, se puso a llorar amargamente. Iba a tener que vivir una parte de cada día fuera de su pueblo. Ir a Las Cabezas era, más o menos, como irse a Nueva York. Lo sacaban de su mundo. Ahora, ya jubilado, lo más lejos que va es a Sanlúcar, en verano, y eso porque es lo que ha hecho, de siempre, su familia y porque en verano hay mucha gente de Lebrija en Sanlúcar.

Todavía, hoy, hay gente que no se acostumbra a la buena suerte. El hijo de un abogado amigo, de Sanlúcar, joven abogado él también, ha encontrado trabajo en Jerez, a donde tiene que ir todas las mañanas y de donde vuelve todas las tardes. Está desolado: le falta el aire de cada día. Dice que no hay derecho, que por qué no puede él trabajar sin salir de su mundo, como ha hecho su padre toda la vida. Cosas que cambian…

Hoy día, muchos jóvenes y maduros tienen que irse lejos de su mundo, ya quieran meramente trabajar o ya quieran encontrar un trabajo acorde con su preparación, aunque sea "en negro" o mal pagado. "Pues váyanse a otra parte. El mundo es ancho". Eso fue lo que le dijeron a los indios de la comunidad andina de Rumi cuando les despojaron de sus tierras, de sus medios de vida y de su universo personal y colectivo, según narró Ciro Alegría. El mundo es ancho, sí. Más ancho cada día. Y el mundo es ajeno, más ajeno cada día. Siempre ha sido así, en verdad; pero ahora es peor, porque comprobamos que vamos volviendo hacia atrás, con pérdida de maneras de vida y de derechos que entendíamos ya consolidados.

Todos conocemos casos: jóvenes juristas y economistas que están en Shanghái, abriendo mercados para España; ingenieros de toda edad que trabajan por encargos esporádicos en cualquier lugar del mundo, desde Qatar a Melbourne; médicos, investigadores, enfermeros, obreros de la construcción, camareros…Todos ellos ayudando a consolidar otros mundos, mientras se sigue depauperando el nuestro.

La trashumancia ha llegado hasta a los abuelos. Los hay que reparten su tiempo y sus pensiones entre Sevilla y Madrid o Stuttgart, para cuidar, por temporadas, de los hijos de sus distintos vástagos expatriados. Es verdad.

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