LA despedida de José Mourinho fue coherente con su trienio como amo de las llaves del Bernabéu: ahí quedó la historia de un divo maleducado y malencarado -gran entrenador, por cierto- que genera destrucción a su alrededor con la misma fuerza que monopoliza los titulares. Salió a la hierba con el partido empezado, arrojó a los guardas de seguridad contra los redactores gráficos, alentó la discordia y el cisma en la afición, ninguneó al grueso de la grada que lo idolatró y soportó, y su pueril venganza contra la legión de enemigos que se granjeó fue... despedirse sólo de sus irreductibles pretorianos. Eso sí que es un título para Mou: que su gracia divina sea eterna sólo para una élite. Por supuesto que la última actuación pública del portugués centró la cobertura mediática de la jornada final, a pesar de que nada había en juego en el Real Madrid-Osasuna y que en otros enclaves, como La Coruña, Mallorca, Zaragoza o Vigo, sí que desplegaba la Liga su fabulosa capacidad de repartir amargura y júbilo.

Pero no. El fútbol español es lo que propongan Madrid y Barça. Aunque nada se jueguen y la emoción palpite lejos de ellos.

En azul y grana, la noticia, en espera de que hoy aterrice Neymar, fue la despedida de Abidal de la afición. Si un club de fútbol profesional antepone sus intereses materiales a las deudas morales, más aún si se trata de una de las instituciones más poderosas del planeta fútbol. Y más aún, si se trata de mès que un club... En el Barça saben que el hegemónico Bayern puede consolidar su dominio con Pep y quieren obrar una regeneración concienzuda de la plantilla. ¿Los 100 puntos del campeón? Eso ya no es noticia. Un año los hará el Barça, otro el Madrid.

Mientras, los del segundo escalón también vivieron sonadas despedidas. Pero bien distintas. A regañadientes: Falcao, Jesús Navas, Pellegrini... Todos se van fuera de España. Hay despedidas y despedidas...