Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Ciudad abierta

El peor enemigo de Sevilla han sido las inercias en las que se había instalado y que se han roto en los últimos años

Este noviembre, que ya lleva su primera quincena vencida, podría pasar a la pequeña historia de Sevilla como el mes en el que la ciudad estuvo en el mapa. Empezó con la espectacular ceremonia de entrega de los premios de la MTV, un fenómeno global seguido por millones de jóvenes en todo el mundo, y terminará con la proclamación de las estrellas Michelin de este año, un guiño al turismo de élite que Sevilla busca y que no termina de encontrar. Por medio, el congreso de las academias del español repartidas por cuatro continentes o un festival de cine que cada año se consolida más en el pelotón de cabeza de los que se celebran en Europa, aunque todavía le quede camino por recorrer. Sumen a esto algunos congresos médicos con asistencia de miles de profesionales y tendrán la imagen de una ciudad abierta al mundo y con una marca potente que la hace atractiva en la competitiva liga para atraer acontecimientos de renombre.

En eso las cosas han cambiado para bien. Parece que por fin abandonamos la indolencia de un montón de décadas y de la que apenas nos sacudieron las dos exposiciones internacionales del siglo pasado. El peor enemigo de Sevilla, alguna vez se ha escrito ya en esta columna, han sido las inercias en las que se había instalado. La ciudad vivía en el ensimismamiento y el conformismo en los que la habían metido algunas instituciones y una parte, no muy grande pero sí influyente, de su opinión pública y publicada. La visión rancia y reaccionaria se había instalado en las meninges de Sevilla y ello impidió durante demasiado tiempo que se caminase hacia el futuro con ideas y proyectos.

Todavía no está todo hecho, ni mucho menos. Los frenos, aunque ya en muchos aspectos residuales, siguen existiendo y hay que trabajar todavía mucho para levantarlos. Pero la ciudad no es la que era hace pocos años. Han pasado ya más de un cuarto de siglo desde que la Expo 92 cerró sus puertas. Si se mira la Sevilla que salió de aquella celebración y se compara con la actual se podrían sacar conclusiones interesantes: nos hemos quedado con las infraestructuras y la trama urbana de entonces, claramente insuficientes y muchas de ellas ya obsoletas, pero la mentalidad ha dado un salto importante y sí se ha puesto a la altura de los tiempos. Ese cambio de mentalidad se puede ver en las empresas que compiten en el mundo desde la isla de la Cartuja que acogió esa exposición, en el crecimiento en todos los órdenes de las dos universidades públicas o en el dinamismo de la oferta cultural.

El cargado calendario de este mes de noviembre es de alguna forma la fotografía de esa nueva Sevilla. Que dure.

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