AYER, día de los Santos Inocentes, cerró definitivamente la Fábrica de Tabacos. Buena fecha para esta broma pesada que define el lugar que nuestra ciudad se ha ganado a pulso: ninguno. Para que la burla sea más hiriente el cierre se ha producido exactamente a los cuatro siglos del testimonio más antiguo conocido sobre la introducción del tabaco americano a través de Sevilla, ya que según una crónica anónima de 1607 ese año "empezó a verse el tabaco; tómanlo en humo algunos negros bozales". Entre 1607 y 1620 el tabaco se manufacturó en distintos talleres repartidos por la ciudad, pero las protestas de los vecinos obligaron a que desde 1620 -exactamente el mismo año en que Mesa esculpía el Gran Poder y Velázquez pintaba El aguador de Sevilla- las labores se concentraran en la Real Fábrica de Tabacos de la collación de San Pedro, ocupando unos edificios hasta entonces dedicados a viviendas de moriscos, corral de comedias y acogida de mujeres descarriadas. Allí estuvo -primera fábrica de tabacos del mundo y única, junto a la de Cádiz, de España- hasta que en 1757 se trasladó al gran edificio de Van der Borcht, la mayor edificación industrial de España y la segunda en superficie tras El Escorial (Escorial tabaquero, le llamó el viajero inglés Richard Ford).
Ser la puerta por la que el tabaco entró en Europa y la primera fábrica del mundo no le ha servido de nada a la Fábrica de Tabacos de Sevilla. Lo primero, hoy, debe ser un estigma cancerígeno y políticamente incorrecto. Y cuatro siglos de historia no son nada en esta ciudad amnésica u hortera (tal vez lo segundo: lo de aquí es cuestión de vulgaridad y mal gusto, no de enfermedad) que ha dilapidado y dilapida su patrimonio con la alegre liberalidad con que los señoritos antiguos se llevaban por delante, juerga a juerga, palacios, cortijos y fortunas. Sevilla ha despilfarrado y despilfarra su historia en la juerga de la falsa modernidad, a la que se han dedicado con idéntico entusiasmo los ayuntamientos franquistas y democráticos.
Si está claro que el futuro de Sevilla es convertirse en un parque temático turístico barato y baratero de visita de fin de semana, lo contrario de una ciudad bien conservada que atrae visitantes por su autenticidad y belleza, ¿qué demonios importan el patrimonio y la historia? Vean esta desolada entrada a la Eurodisney hispalense en que han convertido la Puerta de Jerez y la Avenida, con la Catedral como el castillo de la Bella Durmiente y el Metrocentro catenario como el Trenecito de los Personajes Disney, y comprenderán que, en Sevilla, cuatrocientos años no son nada.
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