EL concepto ciudad inteligente se ha generalizado a nivel mundial para definir cómo mejorar, gracias a aplicaciones tecnológicas, la calidad de vida (por ejemplo, el tráfico), la competitividad (por ejemplo, con la energía) y la gestión de los servicios en la vida urbana (administración electrónica, seguridad predictiva,...), así como corregir los excesos contra el medio ambiente y la salud. La consultora IDC, especializada en analizar esta tendencia, en la que Viena es la ciudad que más ha avanzado, presenta su estudio sobre las 44 principales españolas. La clasificación la encabeza Barcelona, que a la vez es la décima mejor del mundo. En España, a distancia, la secundan Santander, Madrid, Málaga y Bilbao. Destacan por el desarrollo de la colaboración público-privada, la participación ciudadana y la promoción de la innovación. En un segundo nivel están Valladolid, Zaragoza, Vitoria, San Sebastián y Pamplona, que ya están llevando a cabo decididas acciones en esa dirección. Sevilla es situada en un tercer grupo de 20 ciudades (Valencia, Alicante, Oviedo, Vigo, Coruña, Córdoba, Murcia,...) que avanzan más lentamente .

La responsable de IDC en Europa, Roberta Bigliani, señala el punto de partida: "La transformación del ecosistema de ciudad requiere un gobierno sólido, un proyecto disciplinado y la gestión del programa. Desde sus propios objetivos y prioridades estratégicas, tiene que planificar, diseñar, construir y ofrecer servicios valiosos de forma permanente". El director del estudio, Rafael Achaerandio, asegura que "convertirse en una ciudad inteligente conlleva visión, voluntad política, colaboración con accionistas, recursos financieros apropiados e inteligencia colectiva, y, por supuesto, un gobierno competente".

En Sevilla falta la puesta en valor colectiva de las buenas inteligencias individuales que en ella habitan. Falla la obligación de ofrecer servicios excelentes de forma permanente. Yerra en las prioridades estratégicas. Y está por ver si algún día disfrutamos de un gobierno competente.