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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La ciudad y los días

Carlos Colón

Ciudadanos Dafne

CONCLUYE el revestimiento del primer tronco de las setas de la Encarnación, y la cosa se va pareciendo cada vez más a la torre de Isengard en la que vivía el malvado Saruman, el mago bueno de El Señor de los Anillos corrompido por la ambición y la soberbia, como les sucede a tantos que usted y yo conocemos. También se parece a Barad-Dûr, la fortaleza de Sauron El Aborrecido, El Horripilante, El Señor Oscuro, El Ojo Sin Párpado, El Poder Oscuro; pero los responsables del adefesio disfrazado de modernidad que se está alzando en el herido corazón de Sevilla no dan para tanto. Barad-Dûr, por ser mucho más grande, será la Torre Pelli; y así nuestra desdichada ciudad se parecerá aún más al universo de Tolkien sin hobbits, elfos, enanos, caballeros, magos buenos y árboles parlantes que lo salven; muy al contrario: cada vez está más poblada por nazgûl, orcos, kraken, uruk-hai y otras criaturas de pesadilla empeñadas en convertir en horrendo lo que fue hermoso, en deforestado lo que fue (o debía haber sido) verde y en más horroroso aún e inhabitable lo que ya era feo e inhóspito. Contemple quien haya visto El Señor de los Anillos el primer tronco de seta revestido, y dígame si se parece o no a las torres que representaban el mal que habitaba en ellas.

Que los árboles, al contrario de los Ents de la novela de Tolkien, no hablen, no se muevan y no se venguen de quienes los maltratan y los talan es lo propio del mundo real. Lo que no lo es que los seres humanos se conviertan en árboles, como Dafne cuando huía de Apolo. Y esto, por sorprendente que pueda parecer, sucede en esta Sevilla de ciudadanos que se comportan como árboles secos, sin frutos de opinión; árboles con mala sombra, sin chispa de gracia o ingenio; árboles renegridos y muertos, sin hojas ni pájaros en sus ramas; árboles no regados por la educación ni abonados por la cultura, y por ello sin conciencia crítica ni independencia; árboles tan falsos como los olivos de los pasos de misterio.

Así se comprende que en esta ciudad quienes mandan hagan lo que están haciendo casi sin que una voz crítica se alce contra ellos y sin que tenga consecuencias electorales. Están tan hundidas sus secas raíces en agrietada tierra de prejuicios, que los ciudadanos-árboles sevillanos votan una y otra vez lo mismo con independencia de quienes se presenten, qué hayan hecho (o no hecho) y qué se propongan hacer (o no hacer). ¿Qué puede hacer un árbol seco sino ser siempre igual a sí mismo, sin crecer, sin mudar hojas, sin dar frutos? Así nos va. Y aún peor nos irá si seguimos quietos, mudos, indiferentes, secos.

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