La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Ciudadanos débiles

El ministro Marlaska nos dice una serie de obviedades que nos retratan como sociedad

Oyes mientras efectúas una de muchas tareas domésticas que alguien en la televisión recuerda que esta Semana Santa no es para tomársela de vacaciones. Lo dice en un tono casi coloquial, entendible por todos los públicos, sin tecnicismos, ni verbos raros. Te acercas al monitor y resulta que el tipo es Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior al que ayer le correspondió el turno de pandemia. Nos pide que seamos fuertes en esta guerra, como los militares de la Brigada Guzmán el Bueno, los mismos que recogieron el chapapote en las costas gallegas y que ahora desinfectan residencias de ancianos. El ministro habla con una claridad cristalina. Parece consciente de que en cualquier momento puede aparecer la debilidad. Lógico. Hemos creado una sociedad frágil con varias generaciones a las que hemos hecho creer que sólo hay derechos, existen muy pocas obligaciones y a la mínima quiebra se acude a una terapia. Tanto orillar el sufrimiento, casi negando su existencia, que Marlaska tiene que impartirnos una sesión de coaching. Si es que estamos alelados. Nos tienen que animar los lunes para acudir al trabajo, celebramos la llegada del viernes como si fuéramos remeros exhaustos de la célebre secuencia de Ben-Hur, cada primero de septiembre nos bombardean con consejos para una incorporación progresiva al trabajo, después de Navidad florecen los consejos para recuperar la línea, y los bancos nos hicieron creer demasiado tiempo que teníamos al alcance cualquiera de nuestros sueños con créditos para casas y viajes como si fuéramos familias con una economía ya consolidada. Cualquier incumplimiento de la regla de gasto estaba justificado en eso que se llama el estrés o en la sacrosanta calidad de vida. Los poderes nos han librado de cualquier noticia mala como si fuéramos niños. Nos han protegido para protegerse ellos su imagen. Ahora sí podríamos decir con rotundidad que nos merecemos un Gobierno que nos diga la verdad en la mayor crisis que se ha conocido desde la Guerra Civil. Como ocurre con toda guerra, sabemos cómo ha empezado, con el despropósito icónico del 8-M alentado por los poderes públicos (no así el fútbol, ni los teatros, ni mucho menos las misas), pero no tenemos ni pajolera idea de cuándo ni cómo acabará. Nos piden fortaleza después de habernos tratado como a críos. El estado del bienestar no era esto, no era decirnos a todo que sí, no era entregar chequés bebé en una barra libre interminable, no era negar la existencia de una crisis económica que todo el mundo estaba anunciando en 2008, no era siquiera prometernos la Semana Santa porque sí. Trátennos como adultos. Con tanto paro es un lujo trabajar un lunes. No engañen con tanta blandenguería y discursos de cosmética y harán ciudadanos fuertes para los tiempos de guerra.

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