VIENDO con asombro las continuas salidas de tono de Zlatan Ibrahimovic, Guardiola soltó una de sus sentencias. "Cualquier día nos vemos que terminamos el partido con sólo diez jugadores", dijo el gran Pep. Por contra, el pobre de Antonio Tapia bien podría parafrasearle con algo así como lo de "cualquier día acabaremos jugando con once". Sí, cualquier día de éstos, el todavía Real Betis Balompié acabará su partido como lo empezó, con once futbolistas, tal y como lo acaba su rival. Y es que no parece real lo que se está viviendo en este curso con las expulsiones que sufre el todavía equipo de Tapia.

Aunque está demostrado que el cariño del estamento arbitral al Betis no se corresponde con una relación de normalidad, parece mentira que los futbolistas que debieran defender el pabellón verde, blanco y verde, les den tantas facilidades a los árbitros para que éstos actúen. Son autoexpulsiones en toda regla que han ocasionado una sangría de puntos que resultarán decisivos a la hora de los balances. Lo de Sunny en Alicante, lo de Juande ante el Celta o lo de Arzu el pasado sábado son hechos que no resisten el menor análisis. Pecados de falta de concentración y, por ende, de irresponsabilidad a los que no se les pone coto para una reincidencia imperdonable.

Aunque los pecadores ya pecaban en tiempos pasados, Antonio Tapia debe correr con su cuota de responsabilidad al respecto. Me imagino que el hombre se habrá desgañitado en la conseja de qué no se debe hacer durante el juego, pero resulta indudable que sus prédicas no han obtenido resultado idóneo para que esos errores no se repitan. Está claro que puede argumentarse el poco cariño de los árbitros y de lo fácil que debe resultar expulsar a jugadores del Betis, pero actitudes como la de Arzu ante el Huesca, el Huesca, son tan inexplicables como imperdonables, sobre todo por las consecuencias que tuvieron y que pueden tener allá por junio.