Con el cierre del Coliseo, la crónica sentimental de nuestra juventud recibe el enésimo puyazo. Ya todo aquello va entrando directamente en la jurisdicción del puntillero. Antes situado en el edificio que lleva su nombre, situado en la esquina de la Avenida con Rodríguez Jurado, era como la estación términi de aquellas generaciones que salían de paseo y a ver qué deparaba la tarde. Un paseo que empezaba en La Reja y que tenía como puertos puntuables El Portón y los también desaparecidos Vía Veneto y Festival. Era un recorrido con afluentes que acababan para la aventura en El Traga y el avituallamiento en el Bodegón Torre del Oro, pero aquel Coliseo que luego fue trasladado a la Puerta Jerez era el cobijo preferido por sus veladores, su tapa estrella de pechuga villaroy más el señuelo de la presencia de aquellas madres que tanto amamos. En fin, otro desgarro.
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