Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Colonia

COMO si se tratara de una película distópica, la semana pasada, miles de hombres norteafricanos y árabes atacaron a cientos de mujeres que celebraban la Noche Vieja en las calles de Colonia. Es de suponer que buena parte de las agredidas -dos violaciones, múltiples robos, cientos de abusadas- no presentó denuncia. Algo menos de 200 -doscientas- lo ha hecho. Como sucede aquí con niñatos británicos en playas baleares o con esas calles aledañas a los estadios convertidas en guetos donde la Policía estabula a lo peor de cada casa para que beban y se coloquen, destrocen, se meen o, ya puestos, también manoseen a las vecinas, la Policía alemana hizo la vista gorda con la jauría salida y beoda que se acuartelaba y organizaba alrededor de la estación de tren. Se veía venir y no hizo nada útil. Tan es así, que a la mañana siguiente un comunicado policial se ufanaba: "Ambiente alegre. Las celebraciones discurrieron pacíficas". El complejo y el sarpullido que provoca a los europeos por que nos llamen "racista" y "fascista" hizo el resto. La dejación de funciones fue cómplice del abuso masivo de mujeres.

Tras la previsible llamada a la prudencia en el juicio sobre los hechos, parece claro no sólo que eran varones árabes y magrebíes los criminales (si alguien duda de que lo sean, puede probar a pensar en su propia hija o su mujer rodeada por tipos salivantes que la soban o la violan; quizá así acepte el adjetivo). Entre los investigados, una buena parte son refugiados, la mayoría de los cuales ha adquirido tal condición con las oleadas migratorias que huyen de las guerras de Siria, Iraq o Irán. Como sucedía aquí hace décadas, cualquiera, y más las mujeres, que haya estado en un país árabe o norteafricano sabe cuál es la forma de mirar a las occidentales de muchos hombres (no todos, claro que no, sólo muchos), y cómo resulta evidente qué piensan de su condición moral: provocadoras y promiscuas. Fornicables por castigo. También tenemos aquí rijosos, guarros y violadores (qué pereza da reconocer lo obvio). Pero lo sucedido en Alemania debería hacer reflexionar a tanto hipócrita y puritano que ostenta una moral pública de máxima tolerancia con quienes están enseñados en las mezquitas y las madrasas a repudiar otras costumbres... siempre que el problema no le salpique en su vida diaria y su hogar. La llamada Willkommenkultur o cultura alemana de la bienvenida al refugiado comienza ahora a ser criticada, ya desprovista del almíbar pero bien adobada de babas y uñas mugrientas sobre la destapada carne de jovencita infiel.

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