QUE Comando al sol haya registrado una audiencia del 12% en su emisión en el prime time es una buena noticia. Pocos programas como éste reflejan nuestra realidad. Cómo son, como somos, cuando nadie nos ve. Porque aunque haya cámaras de por medio, los españoles (y por ende, los ciudadanos contemporáneos en general) estamos inmunizados ante las cámaras. Ha sido cuestión de tiempo. De generaciones. Pero a estas alturas se ha conseguido, con las consecuencias todavía no estudiadas que eso tiene a la hora de valorar un documento audiovisual desde el punto de vista antropológico. Hagamos un flashback. La 'televisión-verité' se inició con Vivir cada día, hace ahora 38 años. Eran reportajes de media hora en los que las cámaras buceaban en las vidas cotidianas de determinados gremios. A primeros de los ochenta, su director, José Luis Rodríguez Puértolas, quiso dar un paso más, guionizó las historias, esta vez de sesenta minutos, y encargo a realizadores de reconocida solvencia como Javier Maqua sus relatos. A pesar de las buenas intenciones, vistos ahora, los relatos nacieron preñados de impostura. Y ya se sabe, impostura y naturalidad son términos contrapuestos.

En Comando al sol (versión festiva y viajera de Comando actualidad) no existe impostura alguna. Vemos a los personajes tal y como son. Tal y como actuarían sin reportero ni cámara de por medio. Si a esto añadimos que en Comando tampoco se pagan los peajes de otros formatos similares más espectaculares, como Policías en acción o Callejeros podemos concluir que el programa dirigido por Silvia Sánchez nos está aportando semana a semana fragmentos imperecederos de sobre cómo fue la España real de 2016. No la España de la Familia Real, que esa es la de Audiencia abierta (de vacaciones hasta el 2 de septiembre) sino de cómo somos y cómo nos comportamos. Incluso cuando no hay cámaras de por medio.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios