PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

Comercios sin comerciantes

QUÉ difícil es hoy abrir un comercio y que sea rentable a medio y largo plazo. Tienen el viento en contra del tirón de las grandes superficies, el hándicap casi insuperable de la mala ubicación en calles de poco paso. Pero no culpen únicamente al empedrado. Qué poco don de gentes se estila hoy en los comercios. Para la venta y la cortesía hay que tener encanto. O al menos, en el peor de los talantes, estar a lo que hay que estar, desvivirse por el cliente para que, incluso si se marcha de vacío, se lleve una buena impresión del trato y del establecimiento nuevo.

Tanto los que se animan a probar suerte y pagar para subirse al carro de una franquicia, como muchos de los que ejercen de dependientes, no tienen vocación de comerciante minorista. Y se comportan con el prójimo como si estuvieran en un supermercado donde el concepto de atención al cliente es diametralmente opuesto, por despersonalizado, y los mecanismos subliminales para inducir al consumo no tienen nada que ver con el toma y daca de un pequeño comercio, donde hay que generar empatía a manos llenas.

El detalle que mejor indica la falta de tablas es pasarse la mayor parte del tiempo en el interior del comercio escuchando al dependiente (masculino o femenino, da igual) hablar de sus cosas en persona o por teléfono, como el que está en la peluquería o en el hogar. Incluso si le haces una consulta, en cuanto te responde sigue con la cháchara. En el comercio tradicional jamás sucedía por una regla básica: hay que estar a lo que haga o diga quien visita la tienda, recibirle con cortesía, estar atento (y callado) a la espera de cualquier indicación, y darle conversación si es preciso para generar confianza. Pero nunca charlar al margen del cliente, indica desinterés e indiferencia.

Con lo difícil que está vender, como para no poner los cinco sentidos en ello, en lugar de primero matar el tiempo, y después liquidar el intento de tener un negocio. Qué pocos comerciantes hay en el comercio actual.

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