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Antonio Montero Alcaide

Concurrida proeza del Maratón de Sevilla

De las Delicias a las Delicias, 42 kilómetros después

Sevilla no es una ciudad de la península griega del Ática, Maratón, ni está a poco más de cuarenta kilómetros de Atenas, ni se enfrentan griegos y persas en las guerras médicas; ni, por cierto, éstas tenían que ver con la medicina, sino con los medos, naturales de Media, antigua región de Asia. Pero este domingo –historia aparte– se celebra la trigésimo quinta edición del Maratón de Sevilla, ya con máxima distinción internacional, y los miles de epígonos del soldado griego Filípides, con permiso de Heródoto, no acudirán a Atenas, en señalada hazaña, para anunciar a los griegos la victoria sobre los persas, sino que despertarán a los sevillanos, en los primeros kilómetros, poco después de las ocho y media de la mañana, y darán colorido, a la hora del aperitivo, ya extenuados ante tan agotadora prueba, cuando los últimos kilómetros trascurran desde la Campana a la Plaza Nueva, desde allí a San Fernando para, cumpliendo con respetos a El Cid, rendir la epopeya en el Paseo de las Delicias, donde mismo comenzó el recorrido. Porque si Filípides hizo de heraldo para no volver, los maratonianos del domingo saldrán deseando regresar allí mismo con el menor perjuicio posible, sin necesidad de contar una gesta histórica aunque sí, pocas dudas caben, una proeza personal e intransferible, relatada después, una y otra vez, por la pletórica satisfacción de gozar contándolo.Saben esos atletas que tan larga distancia no sólo se corre con las piernas, sino que también mueve zancadas la cabeza. Y que una condición debe respetarse sobremanera, la de escuchar el cuerpo y aplicarse a distinguir, aunque no es fácil, cuando se está ante el límite de las fuerzas o, mejor que no, ante el aviso de que hay que parar. Generalmente, el desfallecimiento hace de las suyas cuando los kilómetros dan con un “muro”, pasados los treinta, a una distancia que el entrenamiento solo conoce de refilón, para reservar un descubrimiento, el de adentrarse hasta el final, y estrenarlo con la animación de la prueba. Es entonces cuando “escucharse” importa, a fin de no jugársela con un contratiempo... que haga del todo necesario parar. Resulta una derrota para los maratonianos sólo pensarlo, como para el guerrero rendirse, si bien en los prolegómenos, cuando el peligro o la amenaza no acechan porque los hidratos de carbono y las proteínas se acumulan, suele decirse que, de no poder, pues a pararse con la casi obligada prevención de una digna retirada a tiempo.El domingo los sevillanos no serán atenienses con la incertidumbre de la invasión persa, pero merece acogida y celebración festiva el paso de los maratonianos, venidos de todos los continentes, que librarán particulares batallas con su propia resistencia. Hazañas que bien valen salir a las calles, empujar con el ánimo a viva voz y hacer de Sevilla una festiva celebración de tan concurrida proeza.

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