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NO sé qué espíritu candoroso pudo dar en creer que la cumbre de los presidentes autonómicos y el Gobierno de la nación iba a servir para algo más que para hacerse una foto. Bueno, sirvió para llegar a acuerdos sobre la presidencia española de la UE y suscribir una declaración, una más, contra la violencia machista. Magro resultado.

Pero lo que se pretendía era coordinar las políticas contra la crisis, y en particular las medidas de fomento del empleo, que están transferidas en buena parte a las comunidades autónomas. Se buscaba reunirse en el Senado para intentar algo que el Senado debía hacer y no hace: actuar como cámara de representación territorial y ámbito de la imprescindible cooperación entre las instituciones del poder central y regional. Y eso era, sencillamente, imposible.

Primero, porque tanto los gobernantes nacionales como los autonómicos han acreditado con pertinacia y vigor que se deben bastante más a su militancia que a los intereses colectivos. Todos los reunidos eran o del PSOE o del PP, y ni socialistas ni populares están de acuerdo en el diagnóstico sobre la crisis económica ni en las medidas que habría que aplicar para salir de ella (recuerden qué proponen unos y otros en materia de impuestos, reforma laboral o déficit público). De este desacuerdo fundamental se deriva uno más: aunque Zapatero aceptó iniciativas del PP para alcanzar un acuerdo, su objetivo principal, que consistía en corresponsabilizar al PP de su política económica, no podía conseguirlo, porque el PP jamás aceptaría socorrerle; y aunque los presidentes populares aceptaron acudir a una cumbre sobre la que ya eran escépticos, ZP les entregó unos papeles a mediodía y así no había manera de debatir en serio.

Y ello lleva a un segundo nivel de obstáculos insalvables para el éxito de la cumbre. Todos los protagonistas tienen suficiente experiencia para saber que este tipo de encuentros requieren ser preparados con antelación a través del intercambio de documentos y la negociación entre expertos de uno y otro lado. Así funciona en todo el mundo desarrollado. No vale concentrarse un día en el Senado y pretender que en unas cuantas horas se pacte nada menos que un bloque de medidas contra la crisis. O se cambia el formato de estas cumbres o mejor que no se convoquen más.

Algo hemos salido ganando: la cosa estuvo tan tensa que ni siquiera se decidió convocar comisiones de trabajo de esas que se usan para marear la perdiz y hacernos pensar que no todo está perdido. En 2007, fecha de la última conferencia de presidentes, se aprobaron tres comisiones (inmigración, investigación y desarrollo y agua). Ninguna se ha llegado a reunir. Agua de borrajas.

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