Quizás fuese la primera vez que me tragué la ceremonia de los Goya de pitón a rabo. Es posible que el sentido concupiscente de todo ser humano me llevase a estar al loro de cuanto transcurría en las tres horas que duró la cosa. Es posible que ese sectarismo que se contagia de forma pendular y que promovió una feroz campaña en contra de ver el acto me llevara a sentarme ante la caja tonta. Pero le confieso, padre, que no lo volveré a hacer, pues tanta sobredosis de ingenio es complicado que haya cuerpo que lo aguante y, sobre todo, ver cómo los asistentes disfrutan con las simplezas del presentador. Sí me sorprendió que no fuesen demasiados los dardos contra el Gobierno por la aplicación del mismo IVA que le aplica al resto de los españoles, aunque lo que ya no me sorprendió fue que el presentador no incluyera a Garci al nivel de los habituales Almodóvar y Trueba.
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