Fue un domingo negro ese tercer domingo de octubre en el que cada año se echa alborozada Dos Hermanas a la calle para acompañar a su Valme hasta Cuarto. Arrancó su negrura con la muerte de Ventura, el tabernero del Arenal que ejerció de alguacil decimonónico durante casi un lustro en la plaza de toros. Y hubo dos muertes más que me llenaron de pena, la de un compañero irrepetible y la de una niña que vivió de la mano del infortunio sus cuarenta años de existencia. Adiós amargo a Valentín García tras perder una batalla que sostuvo con un talante de sombreros fuera y ánimo a media asta en memoria de Livia Caro, la niña de los ojos de ese perpetuo niño que es Joaquín Caro Romero, el mejor cantor de la Macarena y calificaba en estos papeles Carlos Navarro a Livia como la sexta mariquilla de la Esperanza tras su viaje definitivo en un domingo negro, muy negro.
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