AHORA que se celebra en Sevilla el congreso federal del PSOE, me gustaría citar los nombres de algunos personajes que el doctor Antonio Ojeda conoció durante su infancia y juventud en el humilde barrio de la Viña de Sevilla, un barrio de gente trabajadora que también podría haber sido el barrio de la Viña de Cádiz, y el barrio de la Malagueta de Málaga, y otros muchos barrios de cualquier ciudad andaluza en los años 50 y 60. Y me gustaría que alguien, en medio del congreso, en vez de soltar palabras rimbombantes como "solidaridad" o "progreso", se limitara a recitar estos nombres que no son conocidos, pero que representan los destinos de miles y miles de personas que tuvieron que aprender a vivir sin más ayuda que su esfuerzo y sus deseos de salir adelante: "Los hermanos Bascón, y Pepe Nicasio (el sastre), y el Pelocobre, y el Moro, y Justo el de las chucherías, y Elio, y su hermano Rafael con su madre viuda, Isabel La Marchenera".

Detrás de esos nombres se esconde la realidad a la que los partidos políticos -todos- le han dado la espalda desde hace muchos años. Porque ahí detrás se ocultan docenas de historias de gente humilde que supo salir adelante sin quejarse ni pedir cuentas a nadie, y esa gente sigue existiendo aunque nadie parezca acordarse de ella. En el barrio de la Viña vivieron los represaliados políticos que soñaban con recuperar la libertad que les habían robado. Y allí vivieron las mujeres -como Isabel la Marchenera- que tuvieron hijos y trabajaron sin descanso y supieron dar lo mejor de sí mismas, sin perder en ningún momento el orgullo de hacer lo que sabían que tenían que hacer. Y todos ellos tuvieron una vida mucho más difícil que la nuestra, porque nadie les regaló nada, ni tan siquiera les dio las gracias o les pidió permiso para entrar en su casa.

Y ahora, justo cuando nos creemos que tenemos derecho a todo sin dar nada a cambio, nos haría falta recuperar la forma en que aquellas mujeres y aquellos hombres supieron enfrentarse a la vida: con dignidad y con esfuerzo, y con una sonrisa, y con la suprema decencia de la gente honrada que sabía hacer frente a las adversidades sin bajar nunca la cabeza, porque aquellas mujeres y aquellos hombres siempre soñaron con una vida mejor, a pesar de que les habían obligado a creer que ellos no tenían derecho a soñar con una vida mejor.

Sería bueno que los nuevos dirigentes del PSOE se dieran cuenta de que los proyectos políticos no se hacen con discursos ni programas, sino con las esperanzas y los sueños de Isabel la Marchenera y de Justo el de las chucherías. Y también sería bueno que recordasen que esa gente todavía existe, aunque ahora tenga otros nombres y se dedique a hacer otras cosas. Y muchas veces ni siquiera tenga para comprar chuches.

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