La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Constitución y basta

Formar en los principios constitucionales garantiza a los alumnos el acceso a una cultura común compartida

Terminaba ayer diciendo, a propósito de la cuestión del control parental y la polémica del pin parental, que los únicos valores en los que un Estado tiene la obligación de formar son los constitucionales. No soy más inteligente que la mayoría de quienes, desde la izquierda y la derecha, andan enredados en esta polémica desde posiciones por lo visto inconciliables, pero veo tan clara la cuestión que no deja de asombrarme la imposibilidad de acuerdo. La clave está en una palabra: Constitución. No otra cosa debe enseñarse obligatoriamente. Las convicciones religiosas o ideológicas corresponden a las familias.

No hay que formar ciudadanos creyentes o ateos, de izquierdas o de derechas, simplemente -lo que no es poco- que conozcan y respeten la Constitución. Contra el machismo, la homofobia, el racismo, el clasismo y otros males bastan, entre otros, los artículos 14 ("Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social") y 16 ("Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos…"). No se trata de inculcar que tener una u otra naturaleza u orientación sexual, pertenecer a un modelo de familia u otro o ser de una u otra raza sea bueno o malo, sino que nadie debe ser discriminado o agredido por ello.

¿Tan difícil es llegar a este punto de acuerdo? Mis padres tuvieron el acierto, en nuestros años tangerinos, de matricularme en un colegio público francés guiado por los principios de Jules Ferry: "La Nación confía a la escuela la misión de hacer que los alumnos compartan los valores de la República" y "La enseñanza pública es laica y neutra: la neutralidad religiosa, filosófica y política se impone a alumnos y enseñantes". Mi educación religiosa corrió a cargo de mis padres y los franciscanos. Al colegio público Perrier, donde estudié de los 5 a los 10 años, acudíamos niños franceses, españoles y marroquíes, católicos, musulmanes y judíos, que éramos formados en los valores de la República que, lejos de agredir nuestras convicciones religiosas y costumbres, nos permitían convivir fueran estas cuales fueran. Porque, como se escribe en la francesa Carta de la Laicidad en la Escuela, esta "asegura a los alumnos el acceso a una cultura común compartida". ¿Tan difícil es importar estos principios a España?

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