A contraluz

Joaquín Rodríguez Mateos

Copias sin alma

RECONOZCO que la noticia me ha pillado con el paso cambiado. Algunas hermandades han apostado por realizar "copias de seguridad" a sus imágenes, algo que, presumo, irá desde hoy en aumento a causa de la novelería, de las envidias y del afán de emulación que mueve a tantos. Copias de seguridad, ¿para qué? Porque, por definición, una copia de seguridad se hace para poder mantener una imagen virtual de una realidad desaparecida, una presencia testimonial de lo que desgraciadamente se ha perdido. ¿Qué es lo que se pretende en el fondo, tener un clon para, en caso de calamidad, sustituir al clonado desaparecido? Pero para mantener vivo el hálito de una talla no hace falta una réplica que la emule, intentando inútilmente sustituirla. Que lo pregunten por el Patrocinio.

Me gustaría saber cuántas copias de la Venus de Milo puede tener el Louvre, para reponerla si sufriera una desgracia. ¿Tendría el Vaticano una réplica de la Pietá para darle el cambiazo, si la violencia del perturbado agresor hubiera sido irreversible? ¿Dónde estaría entonces la diferencia con las figuritas de recuerdo para los turistas? ¿En el tamaño, meramente?

Seamos sinceros: ¿Quién querría una impostura del Gran Poder -o de cualquier otra imagen, me da igual- privada de su amasijo de arte, de devoción y de simbolismo, acuñados en su pátina a lo largo de generaciones de fieles? No nos engañemos, ya no sería sino una mera representación física despojada de alma.

Vivimos en un mundo donde la apariencia adquiere carta de autoridad, de manera que el simulacro se pretende aún más real que aquello a lo que pretende sustituir. No hagamos bueno, por favor, lo que Vicente Verdú ha definido como el "capitalismo de ficción", y que ya viene sobrevolando, amenazante: la ciudad convertida en parque temático, donde el espectáculo de la representación, desnuda y falsa, acaba ganando la batalla a la realidad.

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